miércoles, 24 de mayo de 2017

Detectives con ganas de rockear

Escribir sobre Quique González de una forma objetiva es prácticamente imposible para mí. He seguido su trayectoria desde el principio y he crecido musicalmente con él. Lo he visto en directo muchas veces y ha conseguido emocionarme siempre. Quique González es como de la familia. Cada vez le comprendo mejor y me siento más cerca de él a pesar de que sus conciertos sumen más público y se le pueda ver como una persona inaccesible. Pero no es así. Cuando le veo en directo estamos cara a cara y me siento uno con él y su banda, estos Detectives que no paran de crecer. Una vez dicho esto no sería necesario reivindicar más su etapa con Carlos Raya, ni con Jacob Reguilón o Javi Pedreira. Su banda actual le sienta como anillo al dedo y, nostalgias a parte, se puede decir rotundamente que el madrileño está en su mejor momento y tiene justamente la banda que siempre había deseado. Unidos como un todo que suena potente, pero a la vez muy cercano y que deja total libertad a Quique para expresarse y transmitir plenamente con sus canciones todo lo que lleva dentro.


Volver a ver a Quique González en su querida Sala Oasis el pasado viernes 19 de mayo puede parecer que no me fuera a sorprender, pero una vez más sí que lo hizo. Pasaba por mi ciudad para ofrecer el tramo final de su gira presentando “Me mata si me necesitas”, pero a pesar de haberle visto un año antes en este mismo escenario y con esta misma gira el concierto del viernes no fue para nada un calco de aquel, salvo en la escenografía, que repite con los mismos elementos. Las canciones han ido creciendo y los Detectives están cada vez más cómodos con Quique, y eso es algo que engrandece la propuesta actual en estas últimas fechas de la gira con la que lleva en la carretera más de catorce meses. El repertorio sigue centrándose en su último disco, aunque ahora se interpreta desordenado y no tal y como se presenta en el álbum. Además aparecen nuevos temas con más garra e incluso un ritmo algo más acelerado. Los momentos íntimos son escasos y las revoluciones aumentan con un Quique que juega con algunos versos de sus canciones cambiándolos o dando nueva rítmica a los mismos. Otro de los cambios sustanciales con respecto al tramo de esta gira de hace un año es que entonces también se conmemoraban los quince años de la publicación de aquel mítico “Salitre 48”, que también ocupaba gran parte de la velada. Sin embargo ahora las canciones de este disco quedan reducidas a un par y en contraposición ofrecen otras más potentes de discos recientes. Al final el repertorio queda más equilibrado que al principio de la gira, más vivo y sorprendente, con un setlist diferente y jugando con la tensión y un pulso vivaz.


Ya desde los primeros compases de la noche vimos a una banda “con ganas de rockear” interpretando “Orquídeas” y “Sangre en el Marcador”, seguidas de esa fantástica canción a dos voces que es “Charo”, esta vez con Nina más segura contando además con el respeto de todos los presentes. Sólo pondré una pega a Nina, aunque ella no sea la responsable. Casi todo el concierto quedó en un segundo plano y su voz no destacaba salvo cuando se quedaba sola cantando. Creo que una voz tan maravillosa como ésta tiene que tener más protagonismo, por lo que no estaría de más subir el nivel de su mezcla para que se aprecie con claridad su valiosa aportación al conjunto. Con el rock como protagonista y cambiando continuamente de guitarras en cada canción (gran trabajo del backliner) se sucedieron “La fábrica”, “¿Dónde está el Dinero?”, “Tenía que decírtelo”, “Te lo dije” y “Relámpago”, todas ellas subidas de revoluciones y con algún solo mítico compartido entre las guitarras de Edu Ortega y Pepo López (que cada vez logra convencerme más) y el hammond de David Schulthess. Esta sección guitarrera se cerró con “Salitre”, que daría paso a uno de los escasos momentos íntimos de la noche con Nina cantando “De haberlo sabido” con la emoción contenida. Una canción que parece compuesta para ella y que con su increíble interpretación le da una atmósfera cálida y desgarrada a la vez. “Detectives” nos devolvía al disco protagonista para afrontar con paso firme la incontestable “Parece Mentira”, la delicada “Se estrechan en el Corazón”, la infalible “Avería y Redención” y la fantástica “Su día Libre”, donde Quique González se mostró emocionado, interpretando con precisión y pasión. A continuación recogió el testigo “Clase Media”, que gana un sitio merecido en su repertorio (recordemos que fue la primera canción que grabó en estudio con sus músicos actuales y quizá por eso le guarda un especial cariño), “Kamikazes Enamorados”, a la que ya nos hemos acostumbrado a escuchar con su traje más rockero, “No es lo que habíamos hablado”, mano a mano con Nina, y finalmente “La Casa de mis padres”, que de nuevo sirvió de catarsis emocional para su protagonista, pero que también hacemos nuestra y nos permite sintonizar perfectamente a todos sus seguidores con él.


El músico salió de nuevo al escenario para afrontar en solitario la primera canción de los bises únicamente provisto de su guitarra acústica (atrás quedaron aquellos conciertos en los que se sentaba al piano) y dedicó “Anoche estuvo aquí” a su amigo Carlos Raya, el artífice y gran responsable de la carrera inicial de Quique, que se encontraba presente esa noche en la sala. Ya con los Detectives interpretaron “Y los Conserjes de Noche”, uno de sus clásicos y prácticamente la única canción de su debut que rescata para algunos conciertos especiales. Un sonido arrollador para un tema monumental siempre recibido con muchísimo entusiasmo, tal y como ocurre con “Pequeño Rock n’ Roll”, en la que Quique se aleja de su guitarra por primera y última vez en toda la noche para interpretarla con más sentimiento si cabe.


El final estaba llegando y las últimas canciones que sonaron en la Oasis fueron “Dallas-Memphis” y “Vidas Cruzadas” como broche de oro con todo el público coreando al unísono su conocido estribillo. Quique González lo había logrado una vez más. Zaragoza le quiere y con su público se quedó bailando durante un buen rato mientras abrazaba a su banda y sonaba a todo volumen “Superstition” de Stevie Wonder. Los siete músicos disfrutaban de este fugaz instante apreciando en sus rostros el agradecimiento por estos meses de conciertos compartidos. El último deseo de Quique esa noche fue que volviéramos a vernos pronto. Ojalá que así sea. Como siempre, allí estaré.


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