jueves, 19 de octubre de 2017

La misa pagana de Joaquín Sabina

La semana pasada Joaquín Sabina despedía el tramo español de su gira "Lo Niego Todo" antes de embarcarse hacia las Américas, y lo hacía en Zaragoza, en plenas fiestas del Pilar. Previamente publicado en "El Giradiscos", os dejo plasmado también aquí lo vivido en una de las dos noches que el maestro recaló en la capital maña.


Joaquín Sabina apuesta sobre seguro con su más reciente gira “Lo Niego Todo”. Esa fue la sensación principal que pudimos constatar todos los que estuvimos presentes en su concierto en la capital del cierzo el pasado miércoles 11 de octubre. Con todas las entradas vendidas desde hacía meses y con una segunda fecha casi completa también para el día 12, el de Úbeda llegaba a Zaragoza con la seguridad del que sabe que poco puede fallar en un espectáculo tan bien medido. “Lo Niego Todo” es su disco más acertado de entre todos los que ha publicado en los últimos quince años. Sabina es consciente del buen material que presenta y también de la base sólida de sus otras grandes canciones que coparán la mayor parte del concierto. Además tiene asegurado el respeto porque todos los congregados en el Príncipe Felipe estaban seguros de vivir un día de celebración. Numerosos bombines dispersos en los alrededores del recinto, camisetas con frases de sus canciones y muchas ganas de volver a dejarse la piel con sus clásicos, seguros de que no faltarán.

Había leído bastante sobre esta gira, que sin duda es una de las más importantes en este 2017, no solo en territorio español sino también al otro lado del charco, y la verdad es que ya sabía por dónde iban a ir los tiros, pero igualmente estaba impaciente por volver a ver al maestro. Sabía que sería difícil que pudiese sorprenderme en la concepción del espectáculo y el repertorio elegido, ya que son casi veinticinco años siguiéndolo en todas las giras que ha realizado. Pero a pesar de ello consiguió hacerlo en un par de momentos clave, donde la emoción estuvo muy por encima del espectáculo sobradamente calculado que presenta.


No hace falta decir que el montaje del escenario va un paso más allá de lo que hizo con su gira “500 Noches para una Crisis”. Sus cuadros siguen presidiendo en muchas canciones el telón de fondo de la escena, pero esta vez juega con cinco imponentes pantallas que están totalmente al servicio de las canciones dándoles un matiz más distinguido a las mismas. Recortes de prensa, imágenes nocturnas y fantásticas acuarelas se mezclan con los primeros planos de los protagonistas del concierto y por momentos parece que olvidemos que tenemos delante unas pantallas gigantes al más puro estilo de los Rolling Stones.

De la banda tampoco creo que haya mucho que aclarar. A sus fieles Pancho Varona, Antonio García de Diego, Jaime Asúa, Pedro Barceló, Josemi Sagaste y Mara Barros (casi todos ellos con algún momento de lucimiento personal digno de mención) se ha sumado la argentina Laura Gómez Palma, una habitual de la escena rock en nuestro idioma que con sus cuatro cuerdas dirige a la perfección el barco (siempre apoyada en las baquetas de Pedro Barceló) y libera de este instrumento a Pancho Varona que de esta manera puede lucirse más con las guitarras acústicas y eléctricas.


Decía antes que a pesar de lo medido que puede estar este concierto hubo algunos momentos que se salieron de mi guión imaginado, y esos fueron sin ninguna duda los mejores. El primero de ellos iba a llegar con la canción que abrió la velada. Tras una intro al ritmo de “Y nos dieron las diez”, Joaquín Sabina se arrancó con “Cuando era más Joven”, una auténtica delicia que dejó a todos descolocados, ya que no la habíamos escuchado en directo desde hacía mucho tiempo. Si tenía al público ganado antes de empezar, con esta canción y las palabras de presentación que vinieron a continuación se nos metió definitivamente en el bolsillo: “Hasta a los ateos nos gusta decir ¡¡Viva la Virgen del Pilar!!”. La ovación mayúscula que siguió a estas palabras creció aún más cuando tuvo una mención para nuestro querido José Antonio Labordeta o para su mujer, presente en el concierto, a la que llamó “la viuda más guapa del mundo” antes de dedicarle “Lágrimas de mármol”. Y así acometió, como el mismo Sabina anunció, unas cuantas canciones de su último disco en una primera parte antes de dar rienda suelta a los clásicos que todo el mundo esperaba. De “Lo Niego Todo” sonaron, además de su tema capital, “Quién más, quién menos”, “No tan deprisa”, la citada “Lágrimas de mármol”, “Sin pena ni gloria” y “Las noches de domingo acaban mal”, esta última con un Jaime Asúa crecido ante el rugir de su telecaster y agradecido por esos elogios hacia Alarma, el grupo que el guitarrista fundó con Manolo Tena y a los que Joaquín Sabina confesó que quería parecerse en sus primeros años. Antes de llegar al primer respiro para el protagonista y dejar paso como viene siendo habitual en sus giras a sus camaradas, llegó el otro de los momentos que más me sorprendió y me puso la piel de gallina. Tras presentar la canción que interpretarían a continuación como una letra que le quitó Andrés Calamaro y la hizo suya, comenzaron a sonar los acordes de “Todavía una canción de Amor”, uno de los mejores temas que grabaron los Rodríguez en aquel “Palabras más, Palabras menos” y que me retrotrajo a aquella gira conjunta que hicieron Sabina y Los Rodríguez en 1996. Un auténtico regalo para aquellos fieles que deseábamos escuchar algo más de lo estrictamente esperable.


Tras las presentaciones de rigor, llegó el turno de Mara Barros, que interpretó “Hace tiempo que no” a modo de cabaret junto a un provocador Josemi Sagaste después de que el músico aragonés amante de las faldas escocesas hubiera sido intensamente aclamado en su turno de presentación (no hay nada como tocar en casa). La potencia rockera de la mano de Pancho Varona y “La del pirata cojo” levantaron a todo el mundo de sus butacas hasta que apareció de nuevo Joaquín para afrontar la segunda parte del repertorio. Era el turno ahora de esas canciones que no pueden faltar y que han sido el imaginario colectivo de todos los presentes. Canciones que forman parte de nuestra vida y a las que debemos mucho. Siempre es difícil contentar a todos, pero creo que la selección de lo que pueden considerarse sus imprescindibles fue muy acertada. Comenzando con “Una canción para la Magdalena”, mano a mano con Mara Barros, “Por el Bulevar de los sueños rotos”, con un escenario teñido de los colores de la bandera mexicana haciendo su particular homenaje a su admirada Chavela Vargas, y siguiendo con “Y sin embargo”, con esa introducción arrebatadora de Mara Barros a la que esta vez le acompañó un guiño al omnipresente “Despacito” de la mano de Joaquín, el Príncipe Felipe se convirtió en un karaoke colectivo a la vez que apasionado. Joaquín Sabina estaba entregado en cuerpo y alma, aparentaba dar lo mejor de sí mismo (y eso que muchos ratos no se levantaba de su taburete) y todo el público seguía soñando. Llegó así otro de los momentos mágicos de la velada, por su intimismo y su arrebatadora belleza. Estoy hablando de la interpretación de “Peces de ciudad”, quizá una de las canciones más acertadas de Sabina, una joya que volvió a hacer levitar a muchos de los presentes.

Poco a poco el concierto iba dando visos de terminar y así llegó “19 días y 500 noches”, siempre efectiva a pesar de mil veces repetida, antes de dar paso a Antonio García de Diego, que interpretó a solas con Pancho Varona la enigmática “A la orilla de la Chimenea”, y a Jaime Asúa, que volvió a levantar al personal con la acelerada “Seis de la mañana”. Ya sólo quedaba rematar con “Noches de Boda”, “Y nos dieron las diez” y la siempre infalible “Princesa”.


Tras un primer amago de retirada, Antonio García de Diego agarró su acústica para regalarnos otra joya del repertorio del maestro de Úbeda como es “Tan joven y tan viejo”, que a estas alturas ya nos hemos acostumbrado a oírla de manos de su segundo de a bordo, pero que todos agradecimos que terminara rematándola Sabina con su propia voz. “Contigo” y “Pastillas para no soñar” pusieron el broche final a una noche previsible, sí, pero igualmente fascinante. Siempre es un placer dejarse llevar al abrigo del maestro. Aunque esté algo cansado por momentos y no se pasee tanto por el escenario, aunque ya no sea whisky lo que asoma en su copa, aunque el rasgueo de su guitarra sea débil y se apague entre el resto de instrumentos, aunque algunos de sus chascarrillos ya nos sean familiares. A pesar de todo esto Sabina volvió a demostrar que hay pocos momentos tan placenteros como uno de sus conciertos. Un amigo mío mucho más conocedor de todos los recovecos del músico ubetense me decía que ir a día de hoy a un concierto de Sabina es como asistir a una misa pagana en la que es muy fácil dejarse llevar, sencillamente el “jefe” hará el resto. Efectivamente eso es lo que hice el pasado miércoles y seguramente igual que yo lo harían el resto de los asistentes a esa misa pagana y la que se celebró al día siguiente en el mismo lugar.

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