Joaquín Sabina apuesta sobre seguro con su más reciente gira “Lo Niego
Todo”. Esa fue la sensación principal que pudimos constatar todos los que
estuvimos presentes en su concierto en la capital del cierzo el pasado
miércoles 11 de octubre. Con todas las entradas vendidas desde hacía meses y
con una segunda fecha casi completa también para el día 12, el de Úbeda llegaba
a Zaragoza con la seguridad del que sabe que poco puede fallar en un
espectáculo tan bien medido. “Lo Niego Todo” es su disco más acertado de entre
todos los que ha publicado en los últimos quince años. Sabina es consciente del
buen material que presenta y también de la base sólida de sus otras grandes
canciones que coparán la mayor parte del concierto. Además tiene asegurado el
respeto porque todos los congregados en el Príncipe Felipe estaban seguros de
vivir un día de celebración. Numerosos bombines dispersos en los alrededores del
recinto, camisetas con frases de sus canciones y muchas ganas de volver a
dejarse la piel con sus clásicos, seguros de que no faltarán.
Había leído bastante sobre esta gira, que sin duda es una de las más
importantes en este 2017, no solo en territorio español sino también al otro
lado del charco, y la verdad es que ya sabía por dónde iban a ir los tiros,
pero igualmente estaba impaciente por volver a ver al maestro. Sabía que sería
difícil que pudiese sorprenderme en la concepción del espectáculo y el repertorio
elegido, ya que son casi veinticinco años siguiéndolo en todas las giras que ha
realizado. Pero a pesar de ello consiguió hacerlo en un par de momentos clave,
donde la emoción estuvo muy por encima del espectáculo sobradamente calculado
que presenta.
No hace falta decir que el montaje del escenario va un paso más allá de
lo que hizo con su gira “500 Noches para una Crisis”. Sus cuadros siguen
presidiendo en muchas canciones el telón de fondo de la escena, pero esta vez
juega con cinco imponentes pantallas que están totalmente al servicio de las
canciones dándoles un matiz más distinguido a las mismas. Recortes de prensa,
imágenes nocturnas y fantásticas acuarelas se mezclan con los primeros planos
de los protagonistas del concierto y por momentos parece que olvidemos que
tenemos delante unas pantallas gigantes al más puro estilo de los Rolling
Stones.
De la banda tampoco creo que haya mucho que aclarar. A sus fieles Pancho
Varona, Antonio García de Diego, Jaime Asúa, Pedro Barceló, Josemi Sagaste y
Mara Barros (casi todos ellos con algún momento de lucimiento personal digno de
mención) se ha sumado la argentina Laura Gómez Palma, una habitual de la escena
rock en nuestro idioma que con sus cuatro cuerdas dirige a la perfección el
barco (siempre apoyada en las baquetas de Pedro Barceló) y libera de este
instrumento a Pancho Varona que de esta manera puede lucirse más con las
guitarras acústicas y eléctricas.
Decía antes que a pesar de lo medido que puede estar este concierto hubo
algunos momentos que se salieron de mi guión imaginado, y esos fueron sin
ninguna duda los mejores. El primero de ellos iba a llegar con la canción que
abrió la velada. Tras una intro al ritmo de “Y nos dieron las diez”, Joaquín
Sabina se arrancó con “Cuando era más Joven”, una auténtica delicia que dejó a todos
descolocados, ya que no la habíamos escuchado en directo desde hacía mucho
tiempo. Si tenía al público ganado antes de empezar, con esta canción y las
palabras de presentación que vinieron a continuación se nos metió definitivamente
en el bolsillo: “Hasta a los ateos nos gusta decir ¡¡Viva la Virgen del
Pilar!!”. La ovación mayúscula que siguió a estas palabras creció aún más
cuando tuvo una mención para nuestro querido José Antonio Labordeta o para su
mujer, presente en el concierto, a la que llamó “la viuda más guapa del mundo”
antes de dedicarle “Lágrimas de mármol”. Y así acometió, como el mismo Sabina
anunció, unas cuantas canciones de su último disco en una primera parte antes
de dar rienda suelta a los clásicos que todo el mundo esperaba. De “Lo Niego
Todo” sonaron, además de su tema capital, “Quién más, quién menos”, “No tan
deprisa”, la citada “Lágrimas de mármol”, “Sin pena ni gloria” y “Las noches de
domingo acaban mal”, esta última con un Jaime Asúa crecido ante el rugir de su
telecaster y agradecido por esos elogios hacia Alarma, el grupo que el
guitarrista fundó con Manolo Tena y a los que Joaquín Sabina confesó que quería
parecerse en sus primeros años. Antes de llegar al primer respiro para el
protagonista y dejar paso como viene siendo habitual en sus giras a sus
camaradas, llegó el otro de los momentos que más me sorprendió y me puso la
piel de gallina. Tras presentar la canción que interpretarían a continuación
como una letra que le quitó Andrés Calamaro y la hizo suya, comenzaron a sonar
los acordes de “Todavía una canción de Amor”, uno de los mejores temas que
grabaron los Rodríguez en aquel “Palabras más, Palabras menos” y que me
retrotrajo a aquella gira conjunta que hicieron Sabina y Los Rodríguez en 1996.
Un auténtico regalo para aquellos fieles que deseábamos escuchar algo más de lo
estrictamente esperable.
Tras las presentaciones de rigor, llegó el turno de Mara Barros, que
interpretó “Hace tiempo que no” a modo de cabaret junto a un provocador Josemi
Sagaste después de que el músico aragonés amante de las faldas escocesas
hubiera sido intensamente aclamado en su turno de presentación (no hay nada
como tocar en casa). La potencia rockera de la mano de Pancho Varona y “La del
pirata cojo” levantaron a todo el mundo de sus butacas hasta que apareció de
nuevo Joaquín para afrontar la segunda parte del repertorio. Era el turno ahora
de esas canciones que no pueden faltar y que han sido el imaginario colectivo
de todos los presentes. Canciones que forman parte de nuestra vida y a las que
debemos mucho. Siempre es difícil contentar a todos, pero creo que la selección
de lo que pueden considerarse sus imprescindibles fue muy acertada. Comenzando
con “Una canción para la Magdalena”, mano a mano con Mara Barros, “Por el
Bulevar de los sueños rotos”, con un escenario teñido de los colores de la
bandera mexicana haciendo su particular homenaje a su admirada Chavela Vargas, y
siguiendo con “Y sin embargo”, con esa introducción arrebatadora de Mara Barros
a la que esta vez le acompañó un guiño al omnipresente “Despacito” de la mano
de Joaquín, el Príncipe Felipe se convirtió en un karaoke colectivo a la vez
que apasionado. Joaquín Sabina estaba entregado en cuerpo y alma, aparentaba
dar lo mejor de sí mismo (y eso que muchos ratos no se levantaba de su
taburete) y todo el público seguía soñando. Llegó así otro de los momentos
mágicos de la velada, por su intimismo y su arrebatadora belleza. Estoy
hablando de la interpretación de “Peces de ciudad”, quizá una de las canciones
más acertadas de Sabina, una joya que volvió a hacer levitar a muchos de los
presentes.
Poco a poco el concierto iba dando visos de terminar y así llegó “19 días
y 500 noches”, siempre efectiva a pesar de mil veces repetida, antes de dar
paso a Antonio García de Diego, que interpretó a solas con Pancho Varona la
enigmática “A la orilla de la Chimenea”, y a Jaime Asúa, que volvió a levantar
al personal con la acelerada “Seis de la mañana”. Ya sólo quedaba rematar con
“Noches de Boda”, “Y nos dieron las diez” y la siempre infalible “Princesa”.
Tras un primer amago de retirada, Antonio García de Diego agarró su
acústica para regalarnos otra joya del repertorio del maestro de Úbeda como es
“Tan joven y tan viejo”, que a estas alturas ya nos hemos acostumbrado a oírla
de manos de su segundo de a bordo, pero que todos agradecimos que terminara
rematándola Sabina con su propia voz. “Contigo” y “Pastillas para no soñar”
pusieron el broche final a una noche previsible, sí, pero igualmente
fascinante. Siempre es un placer dejarse llevar al abrigo del maestro. Aunque
esté algo cansado por momentos y no se pasee tanto por el escenario, aunque ya
no sea whisky lo que asoma en su copa, aunque el rasgueo de su guitarra sea
débil y se apague entre el resto de instrumentos, aunque algunos de sus
chascarrillos ya nos sean familiares. A pesar de todo esto Sabina volvió a
demostrar que hay pocos momentos tan placenteros como uno de sus conciertos. Un
amigo mío mucho más conocedor de todos los recovecos del músico ubetense me
decía que ir a día de hoy a un concierto de Sabina es como asistir a una misa
pagana en la que es muy fácil dejarse llevar, sencillamente el “jefe” hará el
resto. Efectivamente eso es lo que hice el pasado miércoles y seguramente igual
que yo lo harían el resto de los asistentes a esa misa pagana y la que se
celebró al día siguiente en el mismo lugar.
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