No puede faltar en mi resumen de este 2017 las que para mí han sido las giras más impactantes que he podido disfrutar. Algunas de ellas han sido emocionantes, otras escalofriantes, también arrebatadoras e incluso pasionales, y todas ellas me han permitido escapar y dejarme llevar hacia lugares mágicos, únicos e irrepetibles. Éstas han sido para mí las mejores giras nacionales de este año que termina, de las que os adjunto también las reseñas que sobre ellas he publicado en la web "El Giradiscos" o en este mismo blog.
Como cada año toca hacer un repaso de lo más destacado que, en mi humilde opinión, nos han dejado estos doce meses que ahora despedimos. Han sido muchos los discos que han dejado un poso lo suficientemente importante como para no olvidarlos y que a buen seguro formarán parte de mi día a día en años venideros. Os dejo con una selección de discos nacionales e internacionales (todos ellos en una misma lista, ¡para qué separarlos!) atendiendo exclusivamente a criterios personales y emocionales. Por supuesto que habrá muchos otros discos mejores y reseñables, pero éstos son los que me han acompañado en todo este tiempo y que simplemente deseo compartirlos con todos vosotros. Allá van.
El más reciente álbum de Sidecars parece destinado a ser el disco de su consagración, pero a pesar de su buena acogida, no hay que dejar de apuntar que se queda a medias. No consigue convencer plenamente por abusar de una fórmula muy repetida y tener un sonido demasiado familiar. "Cuestión de Gravedad" contiene grandes canciones, pero deja la sensación de ser un disco al que le falta algo. En esta reseña escrita para "El Giradiscos" trato de analizar al detalle todo esto.
A casi todos los grupos que merecen la pena les llega su momento de
popularidad y reconocimiento y creo ahora es el turno de Sidecars. Llevan dos
años preparando esta consagración tras esa revisión en clave acústica muy
recomendable de sus primeros clásicos que fue “Contra las Cuerdas”. Este es por
lo tanto el momento de dar un golpe sobre la mesa y reafirmarse como una
verdadera banda de rock con muchas cosas que decir. Sidecars tienen popularidad
y un buen puñado de canciones. Además, esta nueva grabación de estudio ha
creado bastante expectación, por lo que “Cuestión de Gravedad” tiene todas las
papeletas para convertirse en su disco de referencia. Contiene todos los tics
básicos del rock, está muy bien producido (de nuevo por Nigel Walker) y el
grupo ha ganado credibilidad en su ejecución a pesar de sonar demasiado
familiar. Con dos Rivieras agotadas y una tercera que no tardará en hacerlo
también, los madrileños tienen ganas de su merecido trozo del pastel, así que
bienvenido sea su momento de gloria.
No obstante, el disco que nos presentan no será el mejor que hagan en su
carrera. “Cuestión de Gravedad” es un álbum de digestión fácil, pero peca de
ser excesivamente homogéneo. No hay nada que nos despiste y se convierte en una
colección de canciones demasiado predecible. El predominio de los medios
tiempos y la voz dulce de Juancho deja una sensación de relativa calma que
puede llegar a hacernos perder el interés en el transcurso de sus trece
canciones. Corremos el riesgo de convertirlas en música de fondo, y eso que
entre ellas tenemos alguna bastante reseñable, pero sin resaltar en exceso en
el conjunto. Si queréis un disco de Sidecars con garra, éste no es el más
indicado. Me parece que debido al buen resultado del formato acústico de
“Contra las Cuerdas” han preferido mantener esa línea y repetir esquemas para
su siguiente álbum. Pero si querían ofrecer un disco cálido, amable y por
momentos estremecedor ya teníamos el citado directo acústico registrado en la
madrileña Sala But el pasado otoño de 2015. “Cuestión de Gravedad” debería
haber dado un salto con respecto al anterior y alejarse algo más del sonido
pop-rock emparentado con su muy querido Leiva (pesan mucho los años
compartiendo habitación y las actuales giras mano a mano). Pero claro, eso no
es tarea fácil. Lo más seguro es no defraudar al público general y rematar la
fórmula que les ha funcionado para hacerse un hueco en el mainstream o la
música radiable, como mejor prefiramos calificar. Sí, esto es rock de hechuras
clásicas, pero se queda lejos de destacar por su fiereza o contundencia, aunque
tampoco le faltan lugares comunes cargados de emotividad que en pequeñas dosis
logran convencernos.
Tal vez la mejor manera de acercarse al disco sea en diversas tandas, ya
que su ingestión completa puede hacernos perder el interés, pero si atacamos
“Locos de atar”, “Costa da Morte”, “Tan rápido” o “El camino fácil” de forma
individual, Juancho, Ruly y Gerbass nos dan una lección de lo que es un single
de libro. Con estructuras muy bien definidas, bases asentadas en el poder de
las acústicas y los colchones de teclados, puentes que dejan rugir a sus
guitarras, estribillos pegadizos y una voz cálida y en momentos susurrante que
parece hablar directamente con el oyente.
Definitivamente “Tu mejor pesadilla” no ha sido el mejor single elegido
para presentar esta colección. Recuerda demasiado a ese músico argentino del
que todos hablaron hace unos quince años llamado Coti. En “Cuestión de
Gravedad” hay temas más exigentes y con muchos más detalles. Estoy hablando por
ejemplo de “Locos de atar”, que abre el disco mostrando todas las cartas que
después oiremos en el resto de canciones. “Amasijo de huesos” nos recuerda a
Pereza por los cuatro costados, pero su riff de piano eléctrico le da un toque
distintivo al mismo. “Costa da Morte” funciona como un perfecto medio tiempo
sentido y en canciones como “Tan rápido” descubrimos que el pop bien hecho es
adictivo. “Cuando caigas en shock” tiene ese pedal steel que parece obligado en
todos los discos de rock que se precien en el momento, aunque aquí no imprime
tanta personalidad al tema como ocurre por ejemplo en otras experiencias como
las de sus primos lejanos M Clan o Quique González. “Polvorosa” es clara y
contundente, de las más potentes del disco, y cumple con su cometido de sobra
en otra canción de desamor marca de la casa. En “Canciones prohibidas” o “El
camino fácil” se copian a sí mismos y, a pesar de eso, esta última les queda de
las más logradas del conjunto. Y antes de acabar nos remiten a los Beatles con
ese guiño a “You’ve got to hide your love away” en “Conmigo o sin mí” para
ganarse hasta al más escéptico antes de que todo termine. Cierto es que la mano
de Nigel Walker quizá se deje sentir demasiado en estas canciones. Todos
conocemos que su forma de facturar discos es muy correcta y efectiva, pero
imprime en ellos una sonoridad muy similar que en este caso no permite despegar
a las intenciones primigenias del grupo.
Deseo toda la suerte del mundo para este trío que me gusta de veras, pero
estoy seguro que su gran disco aún está por llegar, aunque quizá llegue en un
momento no tan favorable como el que están gozando ahora. Espero que entonces
se sepa reconocer, porque a Sidecars les queda mucho camino por delante.
Con un regusto al britpop de los '90, Liam Gallagher nos presenta un disco magnético y, como no podía ser de otra manera, con un buen puñado de referencias a su banda madre y sus músicos de cabecera. El disco debut del pequeño de los Gallagher se disfruta ampliamente si lo que buscamos es rock de hechuras clásicas. Quizá Oasis no vuelvan a reunirse nunca, pero como apuntaba en esta reseña para "El Giradiscos", si lo hicieran sus canciones no distarían mucho de lo que nos presenta "As you were".
No es justo hablar de debut para un músico como Liam Gallagher que lleva
más de veinticinco años en este negocio. Pero es cierto que este es el primer
disco que publica con su nombre tras la disolución de ese grupo heredero de los
últimos Oasis que fue Beady Eye. A mi entender éste no fue un grupo nada
desdeñable, pues en sus dos obras había canciones a tener en cuenta, pero lo cierto
es que su sonido se distanciaba algo de los Oasis primitivos y, seamos
sinceros, la mayoría de los que escuchan la voz de Liam Gallagher la asocian a
“Live Forever”, “Some Might Say”, “Wonderwall”, “Supersonic” o tantos otros
clásicos su banda madre y todo lo que se desvíe de allí parece no importarles.
Pues bien, para todos aquellos que busquen el sonido más puro de los Gallagher
“As you were” no les defraudará, pues no se separa demasiado de los cauces que
frecuentaron los de Manchester, perdiendo, eso sí, el factor sorpresa que podía
aportar un disco como éste. Pero no nos engañemos, que Liam Gallagher suene a
él mismo no nos importa para nada, es más, nos encanta. Porque devolvernos al
sonido de mediados de los noventa es justo lo que estábamos esperando.
Lo que sí podemos reprochar a este disco es su excesiva homogeneidad.
Quince canciones pueden provocar que nos perdamos y que poco a poco vaya
bajando nuestro nivel de atención, y más si tenemos en cuenta que su estructura
es casi calcada en todas ellas y que no encontramos ninguna salida de tono,
salvo en contadas excepciones. Sus canciones pueden ser fantásticas por separado
y la personalidad del pequeño de los Gallagher consigue seducirnos como antaño,
pero en conjunto es un disco que cuesta digerirlo de una tacada. Sí, suena a
Oasis, copia a los clásicos, a su admirado John Lennon o a The Who, pero le
falta la capacidad de sorpresa que imprime su hermano Noel a las canciones, y
si no echemos un vistazo a los discos que éste ha publicado en solitario, una
amalgama de estilos en una línea bien trazada bajo los cánones del rock, pero
saliéndose por la tangente si el guión lo requiere. Liam en cambio no es capaz
de hacer eso con sus canciones. Aún rodeado de colaboradores en la composición
como Greg Kurstin o Andrew Wyatt no llega a la altura de su hermano mayor.
Aunque también es injusto recurrir continuamente a la comparación. “As you
were” es un buen disco, tiene canciones tan efectivas como su fantástico
arranque “Wall of glass” o la inmensa balada de formas clásicas que es “For
what it’s worth”. E incluso llega a seducirnos en terrenos más minimalistas
como ocurre en la delicada “Chinatown” (sólo por este tema merece la pena
acercarse al disco).
Producido por Dan Grech-Maguerat, que ha trabajado con Keane, Lana del
Rey o The Vaccines, entre otros, y Greg Kurstin, que ha hecho lo propio con
Kelly Clarkson, Katy Perry o Adele, “As you were” consigue salvarse, pero estos
nombres no nos hacen pensar en un disco tan cercano al rock, y por eso mismo
algunos pasajes chirrían, se repiten y no llegan a grabarse en nuestra memoria.
Desde luego el comienzo con “Wall of glass” y su potente pegada pide a
gritos que entremos de lleno en este disco a golpe de armónica y un riff muy
marcado. Con “Bold” bajan las revoluciones pero seguimos conociendo bien el
terreno pisado. La actitud más macarra de los primeros Oasis sale a relucir con
“Greedy Soul” e inmediatamente llegan las referencias a Lennon con “Paper
Crown”. “For what it’s worth” es una perfecta balada aderezada con cuerdas y
derroche de melancolía en un estilo muy cercano al tercer disco de los hermanos
Gallagher “Be Here Now”, aunque la épica de este tema se pierde con la más
irregular “When I’m need”. “You better run” vuelve a llamar la atención con
alusiones a Beatles y Rolling Stones y se convierte en un tema adictivo en el
que nos arrastra un riff acústico de lo más acertado. “I get by” sigue en la
línea de la anterior hasta conducirnos a la pequeña joya del álbum, la
inesperada “Chinatown”, que se asienta en una acústica arpegiada muy presente y
con un Liam Gallagher entregado en su interpretación vocal, emocionada y
contenida a partes iguales. “Come back to me” muestra nuevamente una actitud
descarada en el fraseo de las estrofas y rompe esquemas con un solo de guitarra
muy distorsionado a pesar de que el resto de los arreglos a las seis cuerdas
que contiene nos recuerdan al Noel más clásico. “Universal gleam” es otra copia
del mismísimo Lennon y por consiguiente del más puro sonido Oasis, cercana
incluso a “Champagne Supernova”, y así, de mano de “I’ve All I need”, llegamos
a lo que podría ser un perfecto cierre con una tensión mantenida que no hace
sino acrecentar las grandes intenciones de este disco. Si todo acabase aquí,
“As you were” habría cumplido su cometido sin llegar a sacarle muchas pegas,
pero hay que tener en cuenta que en su edición especial (la más común si lo que
adquirimos es la versión en CD) se le añaden tres temas más que pueden
ensombrecer el resultado, principalmente porque extienden de forma innecesaria
su duración final. “Doesn’t have to be that way” desentona en el conjunto y
parece un experimento más cercano a los ochenta que al britpop de la siguiente
década, y en “All my people / All mankind” se intuyen más pretensiones de las
que realmente consigue en el oyente. No es que estos temas sean peores, pero no
encajan tanto con el resto y consiguen alejar la atención casi por completo
incluso en “I never wanna be like you”, que cumple con corrección su cometido
de despedida sin llegar a más.
Es muy probable que Oasis no vuelvan a reunirse de nuevo, aunque una gira
con los dos Gallagher juntos sería un éxito asegurado, pero si en algún momento
volvieran a publicar algún trabajo en conjunto no creo que estuviera muy lejos
de lo que podemos escuchar en “As you were”. Los gloriosos años del britpop no
volverán, pero si lo hicieran se parecerían bastante al disco que tenemos entre
manos.
El último disco de Killers consigue reconciliarnos con el grupo de Las Vegas y volver a creer en ellos. Diez canciones que retoman el pulso de sus dos primeros trabajos desde una línea más introspectiva aunque igualmente efectiva. Una auténtica maravilla (como indica su título) que desgrano pieza a pieza en esta reseña para "El Giradiscos".
El quinto álbum de estudio de los norteamericanos The Killers ahonda en
su Nevada natal y nos arrastra a una espiral casi cinematográfica a través de
sus diez estupendas creaciones. No es aventurado afirmar que este “Wonderful
Wonderful” es el mejor disco del grupo desde que comenzaran a inclinarse por el
pop en aquel ya lejano “Day & Age” que produjo Stuart Price y otorgó tanto
éxito a The Killers, aunque también les hizo perder credibilidad en el Olimpo
del rock. Los escarceos de su líder Brandon Flowers con dos discos en solitario
prescindibles y su fallido “Battle Born” (aunque en su haber también contenía
algunos temas nada desdeñables) les habían dejado en una encrucijada para su
esperada vuelta. O bien volvían a perderse por el páramo y presentaban un disco
que cayese en el olvido o conseguían despertar el interés del público
acercándose a sus dos primeras obras maestras “Hot Fuss” y “Sam’s Town”. Pues
bien, ni lo uno ni lo otro, pero este “Wonderful Wonderful”, aunque no por
duplicado, se gana el calificativo que
anuncia su título. Nos vuelve a reconciliar con el grupo dejando de lado los
intereses unilaterales de Brandon Flowers y suenan de nuevo compactos, un poco
más cerca de aquellos The Killers que sorprendieron a todos con su debut en
2004. A pesar de que falta una de las patas de este banco, el cuarteto (ahora
“trío temporal”) logra entregar su disco más inspirado desde el citado “Sam’s
Town”. Y además sin renunciar por esto a piezas muy radiables como “The Man” o
“Run for Cover”, que consiguen aunar el espíritu más duro de sus dos primeros
álbumes con el más edulcorado de los dos siguientes.
La ausencia de Dave Keuning (tan solo está presente en la mitad de los temas
y no de forma exclusiva) deja las guitarras repartidas entre el productor Jacknife
Lee y su compañero Mark Stoermer y por eso mismo el disco contiene menos
destellos a las seis cuerdas y se asienta más sobre una base de teclados que
crean potentes atmósferas y unas líneas de bajo muy bien trabajadas. Puede
decirse que el protagonista del disco es su bajista Mark Stoermer y, por
supuesto, la personalísima voz de Brandon Flowers, entre el pop británico y el
sonido norteamericano, que en estas diez canciones resalta más que en ninguno
de sus anteriores discos. Flowers decía que su intención era que al escuchar estas
canciones nos viniera a la cabeza el paisaje del desierto de Nevada y su
querido entorno de Las Vegas y en cierto modo lo consigue. La sensación de
desolación, como queriendo llevarnos de la mano al vacío del desierto, la logran
con esos sintetizadores que sirven de colchón a toda la obra, y a la vez no
desaparece la energía de una ciudad como Las Vegas, que se hace presente en los
temas más vibrantes, sin abandonar la sensación de individualismo fruto de esa
ciudad donde la luz y el color de los neones en la noche dejan ocultar a sus
protagonistas solitarios como sumergidos en el desierto que les rodea.
El inicio de “Wonderful Wonderful” ya nos deja ver claramente el
predominio de los teclados en sus primeros compases seguido de una línea de
bajo potente e incisiva, una constante en muchos más temas del disco. “The Man”
contrasta con este inicio más reflexivo y explota como un “Human” más orgánico.
“Rut” es la única canción compuesta por los cuatro miembros originales del
grupo (el resto tienen como ayudante en las tareas de composición al omnipresente
Jacknife Lee) y en ella Brandon Flowers consigue sobrecogernos con una
interpretación brillante. “Life to Come” se acelera y vuelve a hacernos creer
en este grupo del que habíamos desconfiado. Ahí están sus lamentos vocales (por
momentos parece que Flowers vaya a quebrarse), su pegada pop y su construcción
bien asentada en una base rítmica muy sólida (no nos olvidemos que Ronnie
Vanucci sigue llevando las baquetas de este combo). Solo nos faltarían algunos
toques más incisivos de la guitarra de Keuning, pero apenas los necesitamos
cuando el resto está tan bien armado. Cuando llega “Run for Cover” asistimos a
una reencarnación de los mejores momentos de la banda, parece que suene una revisión
de “When you were Young” o “Somebody Told Me”, una auténtica bomba muy bien
recibida por los nostálgicos, aunque sería injusto decir sencillamente que The
Killers rememoran sus mejores momentos con temas como éste, más bien demuestran
que su vuelta hay que tomarla muy en serio.
Con “Tyson vs. Douglas” nos remiten también a sus momentos más inspirados
con un estribillo de los que se graban en el imaginario colectivo. Sin
necesidad de que destaquen las guitarras y con unos sintetizadores envolventes (se
nota la mano de Brian Eno en la composición) “Some kind of Love” consigue
estremecernos y se convierte en uno de los temas más sentidos de su carrera,
absolutamente imprescindible. “Out of my Mind” sin embargo parece sacada de los
grandes éxitos de una banda pop de los ochenta. No dice nada a pesar de
intentar atraer nuestra atención con referencias a McCartney o Springsteen. La
producción adicional de Stuart Price en este tema desmerece porque es en el
único que aporta algo y sin embargo lo convierte en el menos logrado del disco.
“The Calling” nos conduce por la senda del blues electrónico con bastante
acierto y podría intentar hacer la competencia a Dave Gahan y los suyos. Casi
sin darnos cuenta llegamos al final con un tema en el que vuelven a predominar
los teclados y con una guitarra brillante que corre a cargo del mismísimo Mark
Knopfler y su inconfundible toque personal a las seis cuerdas. Me refiero a “Have
all the songs been written?”, una canción con un poso de solemnidad que cierra el
conjunto con épica, algo que persigue intencionadamente esta colección. Diez
temas que podrán ser criticados por todos aquellos que desean ver a los Killers
doce años atrás, pero que por encima de todas las opiniones, nos devuelven a un
grupo confiado, inspirado y creíble. “It's
really wonderful!”.
Jorge Drexler ha vueto a sorprenderme y enamorarme con su música. Esta vez con una colección de canciones cuyo único recurso utilizado ha sido la guitarra y la voz. Aunque con esta premisa pueda parecer imposible, Drexler nos presenta un disco de los más elaborados de su carrera mostrando las múltiples facetas de búsqueda de este artista imprescindible. Publicadas primero en "El Giradiscos" comparto también desde este cuaderno de bitácora mis gratas impresiones sobre este disco.
¿Cómo empezar a hablar de “Salvavidas de Hielo”? ¿Es quizá uno de los
discos más directos de Jorge Drexler o tal vez, debido su aparente sencillez,
es el más elaborado? Sabemos que el último disco del uruguayo está enteramente
grabado utilizando sólo los sonidos de guitarras y voces y cuando lo escuchamos
no podemos creerlo. Hay que pararse en cada canción para adivinar de dónde
viene cada sonido, cómo puede ser que sólo suenen guitarras. Y es que con este
instrumento ha conseguido sacar todo tipo de ritmos (algunos casi parecen
electrónicos), resonancias que van mucho más allá de las seis cuerdas e
infinidad de matices. Sinceramente yo sigo frotándome los ojos como intentando
despertar de un sueño cada vez que lo escucho porque me parece imposible que
estos dos únicos elementos sean responsables de todo lo que aparece en este
magnífico disco.
Hasta ahora no ha habido un disco de Jorge Drexler que no me haya
parecido estimulante. Todos ellos aguardan algún misterio y mucho riesgo. Desde
el discreto “Vaivén”, al electrónico “Sea” o el orgánico “Amar la Trama”, desde
el minimalista “12 segundos de oscuridad”, al explosivo “Eco” o el percusivo
“Bailar en la Cueva”. Y con éste ha vuelto a dar otro paso inteligente,
mostrando su infatigable espíritu de búsqueda y su generosidad en forma de
canciones que desprenden pedazos de una vida de la que siempre nos hace
partícipes.
Dejando atrás su parte más técnica este “Salvavidas de Hielo” vuelve a
mostrar a un músico-persona, lejos de las poses y apariencias. Un músico al que
lo que le importa es entregarse al oyente y que al mismo tiempo se cree de
verdad todo lo que canta. Sus temas son muy personales, casi podría decirse que
se desnuda ante el oyente y le plantea hacer totalmente suyas las vivencias del
protagonista de estas canciones. Convence cuando ataca temas universales como
la continua búsqueda de la especie humana en “Movimiento”, la llegada de una
nueva era en “Despedir a los Glaciares” o los parabienes tecnológicos en
“Telefonía”, pero también toca la fibra cuando se va a temas más personales e
íntimos como ocurre en “Asilo”, “Salvavidas de Hielo” o “Pongamos que hablo de
Martínez”, donde muestra su agradecimiento en primera persona a un músico que
le cambió la vida y al que no es muy difícil reconocer desde el título de la
propia canción.
Los armónicos de “Movimiento” abren el disco en una canción que entronca perfectamente
con su anterior trabajo “Bailar en la Cueva”. Un diez para empezar con esa idea
de desplazamiento y la temática del ciudadano global, buscando los orígenes del
nomadismo inherente al ser humano. El slide toma las riendas de “Telefonía”
junto a una magnífica percusión elaborada con las cajas de resonancia de las
guitarras. Una canción aparentemente sencilla pero que está muy lejos de ser un
simple tema radiable. “Silencio” es adictiva, con ese finger picking que engancha
y te lleva irremediablemente hacia su provocador estribillo donde se hace el
silencio, sostenido hasta los siete segundos (casi una eternidad en un disco)
antes de llegar a su abrupto final. “Pongamos que hablo de Martínez” es
emocionante y funciona perfectamente como un ejercicio de gratitud sincero del
propio Drexler hacia uno de sus artistas de cabecera, aquel que le apadrinó
para venir a España con su “Vaivén” allá por el año 1996. “Estalactitas”
gira su mirada sonora hacia Latinoamérica e introduce guiños a “Sing Street”,
una fantástica película que le sirvió de inspiración tal y como refleja en el
libreto. “Asilo” es una de las gemas que esconde el disco. La voz de Mon Laferte
te eriza la piel, te acaricia y te mece. Una canción que se basta con una
eléctrica arpegiada sin más florituras rítmicas para grabarse dentro y no
abandonarte. Maravillosa metáfora la del asilo para la noche enamorada. Otra
voz femenina, la de Julieta Venegas, se hace protagonista en “Abracadabras”, sirviendo
de contrapunto a la canción anterior. Rítmica, fresca, provocadora. El dueto
nos lleva hasta Brasil con un espíritu mucho más alegre y festivo. Seguimos en
el nuevo continente durante el minutaje de “Mandato”, entre la cumbia y el
vallenato, más cerca de Colombia que del México donde fue grabada. “Despedir a
los Glaciares” suena a lamento. Remueve nuestros sentidos buscando un cambio
interior unido al otro global que sugiere su letra. Aquí además se deja ver un
tratamiento de las guitarras que crea atmósferas casi de otro planeta, para lo
que cuenta con uno de sus colaboradores habituales en las eléctricas como es
Vicent Huma. La guitarra española deja atrás los experimentos en “Quimera”, que
recuerda a algunos temas de sus primeros discos. Vuelve el aroma a “Llueve” o
“Frontera” y a los seguidores de siempre del uruguayo nos ilumina una leve
sonrisa. Éste es el Drexler que nos perturba y nos lleva a otro de sus cierres
casi perfectos (no se puede negar que el músico es un maestro en abrir y cerrar
discos con temas que te hacen volver a ellos sin remisión). “Salvavidas de
Hielo” está cantada al unísono con Natalia Lafourcade, dejando ver el lazo que
le une a ese México que ahora sí se deja notar y que despide este disco con un
lamento enamorado vital y conmovedor, utilizando ese toque único de Jorge
Drexler en la española.
Coproducido junto al ya habitual Carles Campi Campón y mezclado por
Matías Cella, “Salvavidas de Hielo” supone una nueva confirmación del
inagotable talento de este gran músico y de su inquietud en el fondo y las
formas de todo cuanto hace. Un disco para degustar con calma que seguro nos
regalará algo nuevo en cada escucha. Porque a pesar de que este salvavidas pueda
derretirse, con sus canciones nunca llegaremos a hundirnos.
Este verano el grupo canadiense Arcade Fire publicaba su esperado quinto álbum bajo el nombre de "Everything Now". Una amalgama de estilos que muestra de nuevo la inquietud de este grupo que nunca se conforma y siempre exige lo máximo a sus seguidores. El resultado, aunque algo irregular, no deja de ser interesante, y eso que el disco tiene bastantes momentos fácilmente olvidables. Esta es la reseña sobre este trabajo que hace unas semanas escribí para "El Giradiscos".
No pretendo poner en tela de juicio la carrera de Arcade Fire. De hecho
podría decir sin pudor que es el mejor grupo surgido en la primera década del
siglo XXI. Tan sólo creo que habría que puntualizar que su último disco
“Everything Now” no llega a la altura de sus predecesores. Y con esto no quiero
decir que sea un mal disco (ya querrían muchos grupos para sí una colección de
canciones como ésta), pero sí es tal vez el menos cohesionado de todos los que
han publicado desde aquella obra que revolucionó el rock de masas en 2004 como
era “Funeral”. Hay que tener en cuenta también que Arcade Fire venían de
publicar su fantástico disco doble “Reflektor” al que no le sobraba nada, y que
habiendo dejado tan arriba el listón iba a ser complicado estar a la altura.
Por ello este “Everything Now” no deja de ser valiente e intenta dar pequeños
golpes de timón exigiendo atención y apertura de miras, pero por el camino el
combo liderado por Win Butler y Règine Chassagne ha perdido parte de su magia y
algunas canciones del disco podrían haber encontrado un sitio mejor en una
colección de rarezas. Independientemente de todo esto el quinto disco de los
canadienses contiene piezas nada despreciables, como la que da título al mismo,
que además ha sido su carta de presentación desde que dieran la campanada con
su concierto sorpresa (antes de hacerlo como cabezas de cartel) en el Primavera
Sound a comienzos de este verano.
Como ocurría con “The Suburbs”, “Everything Now” comienza y termina en
bucle con una intro y un reprise derivados del tema principal del álbum, una
manera directa de dar valor al conjunto de canciones como un todo y poner por
delante el concepto más amplio de disco por encima de una simple colección de
canciones sin nexo entre ellas. Una vez más, la entidad del álbum como obra
global queda clara, cuidando con mimo desde el sonido, que esta vez busca un
hilo conductor en la música disco de los setenta, hasta el arte del libreto (sin
lugar a dudas merece la pena pagar por ediciones como ésta).
Pero en lo que flaquea “Everything Now” es en que sus canciones no
ofrecen la solidez de otras entregas. Si el protagonismo de la música disco se
intuía en su single inicial y se corrobora en la siguiente pieza, la excelente
“Sings Of Life”, en pocos minutos esta sonoridad se pierde por otros derroteros
más fallidos como ocurre en “Creature Comfort”, que comienza con unos
sintetizadores bien armados, pero pierde fuelle en cuanto prima la repetición y
se convierte en un tema más plomizo. La insulsa “Peter Pan”, los ecos reggae de
“Chemistry” que mutan hacia el semi-punk
y el sonido garage rock de “Infinite Content”, que sólo mejora levemente cuando
en su segunda parte se transforma en un pseudo country repetitivo, convierten
este tramo del disco en una colección inconexa donde todo vale y con un predominio
del horror vacui que no trasmite, poco digna para el nivel al que nos tienen
acostumbrados los canadienses.
“Electric Blue” otorga el protagonismo a “Règine Chassagne, pero queda
lejos de la épica de otras canciones interpretadas por ella y también puede
llegar a cansar al oyente. “Gold God Dawn”, sin ser un corte aparentemente
llamativo, mejora con mucho el listón de los temas predecesores para
conducirnos hacia una recta final mucho mejor construida gracias a la
intensidad creciente de “Put your money on me”, que nos devuelve a la
grandilocuencia de estadio que tan bien maneja el grupo, pero sin llegar a las
cotas de “No Cars Go”, “Ready to Start” o “Wake Up”. El dramatismo llega antes
de terminar de la mano de “We don’t deserve love”, una canción que fusiona la
emotividad con efectos que retornan al sonido disco de los primeros temas pero
con tintes más contenidos.
Este “Everything Now” no es un disco largo y si advertimos además que la
mitad de los temas que lo componen hubieran podido ser descartados en
anteriores entregas, podría decirse que a Win Butler y los suyos se les están
agotando las grandes ideas. Tal vez es algo más sencillo y únicamente están
pasando por un bache creativo que no les permite ofrecer una colección de temas
de mayor nivel ni reuniéndose con productores de prestigio como Markus Dravs,
Thomas Bangalter o Steve Mackey, pero debido a la presión del mercado (hacía 4
años del lanzamiento de “Reflektor”) quizá han tenido que darse prisa para
rematar el disco y les ha llevado a este irregular resultado. Aún con todo
estoy seguro de que Arcade Fire seguirán cosechando grandes éxitos y
reconocimiento gracias sobretodo a sus directos (obligado detenerse en su
fantástico concierto en Londres recogido en la caja “The Reflektor Tapes”) y
como no a algunas canciones nada desdeñables como las ya citadas “Everything
Now”, “Sings Of Life”, “Put your money on me” o “We don’t deserve love”. El
resto puede obviarse si queremos conservar el respeto hacia el combo canadiense
sin que pierdan credibilidad, y eso que a pesar de la irregularidad que respira
el conjunto, éste consigue engancharte en sus redes haciéndote que vuelvas a él
una y otra vez. Ahí está su misterio.
“I Need It. I Want
It. I Can’t Live Without”. Las
palabras que resuenan como emblema del disco podrían funcionar como un mantra
que reivindica aquello que Arcade Fire no quieren perder. Eso sin lo que no
pueden vivir, que necesitan de verdad. Esa inspiración que no les puede fallar.
Y es que no siempre se puede tener “Todo Ahora”.
La semana pasada Joaquín Sabina despedía el tramo español de su gira "Lo Niego Todo" antes de embarcarse hacia las Américas, y lo hacía en Zaragoza, en plenas fiestas del Pilar. Previamente publicado en "El Giradiscos", os dejo plasmado también aquí lo vivido en una de las dos noches que el maestro recaló en la capital maña.
Joaquín Sabina apuesta sobre seguro con su más reciente gira “Lo Niego
Todo”. Esa fue la sensación principal que pudimos constatar todos los que
estuvimos presentes en su concierto en la capital del cierzo el pasado
miércoles 11 de octubre. Con todas las entradas vendidas desde hacía meses y
con una segunda fecha casi completa también para el día 12, el de Úbeda llegaba
a Zaragoza con la seguridad del que sabe que poco puede fallar en un
espectáculo tan bien medido. “Lo Niego Todo” es su disco más acertado de entre
todos los que ha publicado en los últimos quince años. Sabina es consciente del
buen material que presenta y también de la base sólida de sus otras grandes
canciones que coparán la mayor parte del concierto. Además tiene asegurado el
respeto porque todos los congregados en el Príncipe Felipe estaban seguros de
vivir un día de celebración. Numerosos bombines dispersos en los alrededores del
recinto, camisetas con frases de sus canciones y muchas ganas de volver a
dejarse la piel con sus clásicos, seguros de que no faltarán.
Había leído bastante sobre esta gira, que sin duda es una de las más
importantes en este 2017, no solo en territorio español sino también al otro
lado del charco, y la verdad es que ya sabía por dónde iban a ir los tiros,
pero igualmente estaba impaciente por volver a ver al maestro. Sabía que sería
difícil que pudiese sorprenderme en la concepción del espectáculo y el repertorio
elegido, ya que son casi veinticinco años siguiéndolo en todas las giras que ha
realizado. Pero a pesar de ello consiguió hacerlo en un par de momentos clave,
donde la emoción estuvo muy por encima del espectáculo sobradamente calculado
que presenta.
No hace falta decir que el montaje del escenario va un paso más allá de
lo que hizo con su gira “500 Noches para una Crisis”. Sus cuadros siguen
presidiendo en muchas canciones el telón de fondo de la escena, pero esta vez
juega con cinco imponentes pantallas que están totalmente al servicio de las
canciones dándoles un matiz más distinguido a las mismas. Recortes de prensa,
imágenes nocturnas y fantásticas acuarelas se mezclan con los primeros planos
de los protagonistas del concierto y por momentos parece que olvidemos que
tenemos delante unas pantallas gigantes al más puro estilo de los Rolling
Stones.
De la banda tampoco creo que haya mucho que aclarar. A sus fieles Pancho
Varona, Antonio García de Diego, Jaime Asúa, Pedro Barceló, Josemi Sagaste y
Mara Barros (casi todos ellos con algún momento de lucimiento personal digno de
mención) se ha sumado la argentina Laura Gómez Palma, una habitual de la escena
rock en nuestro idioma que con sus cuatro cuerdas dirige a la perfección el
barco (siempre apoyada en las baquetas de Pedro Barceló) y libera de este
instrumento a Pancho Varona que de esta manera puede lucirse más con las
guitarras acústicas y eléctricas.
Decía antes que a pesar de lo medido que puede estar este concierto hubo
algunos momentos que se salieron de mi guión imaginado, y esos fueron sin
ninguna duda los mejores. El primero de ellos iba a llegar con la canción que
abrió la velada. Tras una intro al ritmo de “Y nos dieron las diez”, Joaquín
Sabina se arrancó con “Cuando era más Joven”, una auténtica delicia que dejó a todos
descolocados, ya que no la habíamos escuchado en directo desde hacía mucho
tiempo. Si tenía al público ganado antes de empezar, con esta canción y las
palabras de presentación que vinieron a continuación se nos metió definitivamente
en el bolsillo: “Hasta a los ateos nos gusta decir ¡¡Viva la Virgen del
Pilar!!”. La ovación mayúscula que siguió a estas palabras creció aún más
cuando tuvo una mención para nuestro querido José Antonio Labordeta o para su
mujer, presente en el concierto, a la que llamó “la viuda más guapa del mundo”
antes de dedicarle “Lágrimas de mármol”. Y así acometió, como el mismo Sabina
anunció, unas cuantas canciones de su último disco en una primera parte antes
de dar rienda suelta a los clásicos que todo el mundo esperaba. De “Lo Niego
Todo” sonaron, además de su tema capital, “Quién más, quién menos”, “No tan
deprisa”, la citada “Lágrimas de mármol”, “Sin pena ni gloria” y “Las noches de
domingo acaban mal”, esta última con un Jaime Asúa crecido ante el rugir de su
telecaster y agradecido por esos elogios hacia Alarma, el grupo que el
guitarrista fundó con Manolo Tena y a los que Joaquín Sabina confesó que quería
parecerse en sus primeros años. Antes de llegar al primer respiro para el
protagonista y dejar paso como viene siendo habitual en sus giras a sus
camaradas, llegó el otro de los momentos que más me sorprendió y me puso la
piel de gallina. Tras presentar la canción que interpretarían a continuación
como una letra que le quitó Andrés Calamaro y la hizo suya, comenzaron a sonar
los acordes de “Todavía una canción de Amor”, uno de los mejores temas que
grabaron los Rodríguez en aquel “Palabras más, Palabras menos” y que me
retrotrajo a aquella gira conjunta que hicieron Sabina y Los Rodríguez en 1996.
Un auténtico regalo para aquellos fieles que deseábamos escuchar algo más de lo
estrictamente esperable.
Tras las presentaciones de rigor, llegó el turno de Mara Barros, que
interpretó “Hace tiempo que no” a modo de cabaret junto a un provocador Josemi
Sagaste después de que el músico aragonés amante de las faldas escocesas
hubiera sido intensamente aclamado en su turno de presentación (no hay nada
como tocar en casa). La potencia rockera de la mano de Pancho Varona y “La del
pirata cojo” levantaron a todo el mundo de sus butacas hasta que apareció de
nuevo Joaquín para afrontar la segunda parte del repertorio. Era el turno ahora
de esas canciones que no pueden faltar y que han sido el imaginario colectivo
de todos los presentes. Canciones que forman parte de nuestra vida y a las que
debemos mucho. Siempre es difícil contentar a todos, pero creo que la selección
de lo que pueden considerarse sus imprescindibles fue muy acertada. Comenzando
con “Una canción para la Magdalena”, mano a mano con Mara Barros, “Por el
Bulevar de los sueños rotos”, con un escenario teñido de los colores de la
bandera mexicana haciendo su particular homenaje a su admirada Chavela Vargas, y
siguiendo con “Y sin embargo”, con esa introducción arrebatadora de Mara Barros
a la que esta vez le acompañó un guiño al omnipresente “Despacito” de la mano
de Joaquín, el Príncipe Felipe se convirtió en un karaoke colectivo a la vez
que apasionado. Joaquín Sabina estaba entregado en cuerpo y alma, aparentaba
dar lo mejor de sí mismo (y eso que muchos ratos no se levantaba de su
taburete) y todo el público seguía soñando. Llegó así otro de los momentos
mágicos de la velada, por su intimismo y su arrebatadora belleza. Estoy
hablando de la interpretación de “Peces de ciudad”, quizá una de las canciones
más acertadas de Sabina, una joya que volvió a hacer levitar a muchos de los
presentes.
Poco a poco el concierto iba dando visos de terminar y así llegó “19 días
y 500 noches”, siempre efectiva a pesar de mil veces repetida, antes de dar
paso a Antonio García de Diego, que interpretó a solas con Pancho Varona la
enigmática “A la orilla de la Chimenea”, y a Jaime Asúa, que volvió a levantar
al personal con la acelerada “Seis de la mañana”. Ya sólo quedaba rematar con
“Noches de Boda”, “Y nos dieron las diez” y la siempre infalible “Princesa”.
Tras un primer amago de retirada, Antonio García de Diego agarró su
acústica para regalarnos otra joya del repertorio del maestro de Úbeda como es
“Tan joven y tan viejo”, que a estas alturas ya nos hemos acostumbrado a oírla
de manos de su segundo de a bordo, pero que todos agradecimos que terminara
rematándola Sabina con su propia voz. “Contigo” y “Pastillas para no soñar”
pusieron el broche final a una noche previsible, sí, pero igualmente
fascinante. Siempre es un placer dejarse llevar al abrigo del maestro. Aunque
esté algo cansado por momentos y no se pasee tanto por el escenario, aunque ya
no sea whisky lo que asoma en su copa, aunque el rasgueo de su guitarra sea
débil y se apague entre el resto de instrumentos, aunque algunos de sus
chascarrillos ya nos sean familiares. A pesar de todo esto Sabina volvió a
demostrar que hay pocos momentos tan placenteros como uno de sus conciertos. Un
amigo mío mucho más conocedor de todos los recovecos del músico ubetense me
decía que ir a día de hoy a un concierto de Sabina es como asistir a una misa
pagana en la que es muy fácil dejarse llevar, sencillamente el “jefe” hará el
resto. Efectivamente eso es lo que hice el pasado miércoles y seguramente igual
que yo lo harían el resto de los asistentes a esa misa pagana y la que se
celebró al día siguiente en el mismo lugar.
La última noche del mes de septiembre se celebró como todos los años en nuestra ciudad el Festival de Música Independiente de Zaragoza (FIZ). Dominado siempre por los sonidos y grupos de la escena "indie", esta vez el conocido festival optó por tener como cabeza de cartel a un peso pesado de la escena pop española. Nada más y nada menos que a nuestros paisanos Amaral, que dieron un pequeño giro a la "independencia" del festival llevándola hacia terrenos más radiables o convencionales, lo que dejó a la noche algo falta de cohesión, ya que las diferencias de público y entrega con el resto de los grupos congregados (incluidos los internacionales Morcheeba) no tuvieron el mismo impacto que el recibido por Juan Aguirre y Eva Amaral. A pesar de esto el FIZ volvió a ser una gran celebración aunque también se pudieron apreciar algunas irregularidades como he querido reflejar en mi crónica para "El Giradiscos".
Un año más el FIZ se convierte en uno de los últimos coletazos de la
temporada de festivales. Esta vez con un cartel muy variopinto pero no por ello
menos atrayente. Sin embargo la intensa noche tuvo también sus momentos menos
inspirados y en el cómputo global se podría decir que le faltó algo de
cohesión. La presencia de Amaral en la XVII edición del festival de música
independiente de la capital aragonesa consiguió convocar a un número
considerable de seguidores del dúo maño, pero que dejaron a medio aforo otras
de las actuaciones de la noche. Muchos de los que se acercaron hasta la Sala
Multiusos del Auditorio zaragozano (una vez más con un sonido mejorable) lo hacían
única y exclusivamente para ver a Amaral, pero no comulgaron con el resto de
los protagonistas de la velada, y eso no deja de ensombrecer el resultado. No
quiero decir con esto que la actuación de Amaral no fuera buena, pero quizá no
arrastró al público habitual de otros años, más acostumbrado a este tipo de
eventos. Pero vayamos por partes.
La tarde-noche la inauguraron los oscenses Kiev cuando Nieva, aunque su
pop lánguido propició un arranque algo frío a pesar de sus sonidos amables.
Había que esperar a que llegase un público más numeroso para caldear el
ambiente como ocurrió en el turno de Triángulo de Amor Bizarro, que ya habían
visitado el festival en otras ocasiones, pero que de nuevo me dejaron
indiferente por su sonido emborronado y sus incisivos cortes punk en los que no
llegaban a entenderse sus letras. Tan solo cuando las revoluciones bajaban e
Isabel Cea tomaba las riendas el cuarteto gallego consiguió convencer.
Llegó el turno de los maestros de los festivales en este último año.
Sidonie volvían de nuevo a la ciudad en un formato más comprimido en tiempos
(es lo que tienen los festivales), pero cargado de intensidad. Una vez más
llegaron y triunfaron como solo ellos saben hacer. Provocando, disfrutando como
nadie en el escenario y dibujando enormes sonrisas de satisfacción entre su
público más incondicional. Volvieron a convertir en un karaoke mágico su
interpretación de “No sé dibujar un perro”, nos llevaron al “Bosque” de la mano
de la psicodelia de los y encendieron la mecha de un “Incendio” que solo ellos
saben prender. Marc Ros volvió a darse un baño de masas a hombros entre el público
mientras interpretaba “Un día de Mierda” y constató su amor por la música y
todos los que se dedican a ello con ese nuevo himno por derecho propio que es
“Carreteras infinitas”. Definitivamente los barceloneses son el mejor grupo
para “levantar un festival” y dar buena cuenta de lo que es un concierto para
disfrutar de principio a fin, al que no le falta de nada.
Con la resaca emocional que dejaba Sidonie, la corrección y buenas
maneras del grupo internacional de la noche iba a hacer decaer algo los ánimos,
al menos en los primeros temas que ofrecieron los británicos Morcheeba. La voz
de Skye Edwards desmereció algo por el volumen de los instrumentos, que por
momentos llegaban a taparla. Sin embargo poco a poco la banda liderada por Ross
Godfrey ganó enteros desde que interpretaron una fantástica versión del “Let’s
Dance” de Bowie y atacaron alguno de sus mayores éxitos como “The Sea”,
“Blinfold” o el cierre por todo lo alto con “Rome wasn’t built in a Day”.
Lamentablemente muchos de los que iban llenando la sala en el último tramo del
concierto de Morcheeba no sabían bien lo que estaban viendo y la banda pudo
quedar algo defraudada por un ambiente algo indiferente a pesar de su elevado
nivel.
Llegadas las doce y media de la noche los acordes de “All tomorrow’s
parties” de la Velvet Underground anunciaban que Juan Aguirre y Eva Amaral
subían al escenario Ámbar del FIZ. El dúo jugaba en casa y se mostró feliz
desde el primer momento por poder formar parte de este festival que pisaban por
primera vez en sus veinte años de carrera. Amaral se encuentran además en el
último tramo de su gira Nocturnal, a punto de cerrarla con un concierto que se
grabará para su posterior edición en DVD en el Palacio de los Deportes de
Madrid el próximo 28 de octubre. Después de más de un año de gira los cinco
miembros que forman la banda en directo están perfectamente engrasados, han
dado alguna vuelta de tuerca a las canciones de su repertorio y suenan
plenamente convincentes. Podría decirse que es el mejor momento de la banda y
como no podía ser de otra forma tenían la labor de demostrarlo de nuevo en
Zaragoza. El setlist comenzó presentando su nueva canción “Hijas del Cierzo” y pudo
presumir de una estructura muy bien hilvanada. 100% efectividad y una respuesta
del público abrumadora. Era evidente que la mayoría de los presentes estaban
esperando este momento y sin demasiado esfuerzo se dejaron llevar. Una tras
otra y con precisión milimétrica fueron cayendo “Revolución”, “Nocturnal”,
“Estrella de Mar” o “Cómo hablar”, por citar alguno de los éxitos más populares
del dúo que se escucharon en la madrugada del sábado. Podrían haber dejado de
lado la previsible “El universo sobre mí” o el que para mí es su éxito más
insustancial y prescindible, “Marta, Sebas, Guille y los demás”. Sin embargo,
para compensar estos tropiezos ofrecieron una épica “Hoy es el principio del
final” y una versión algo más cercana al techno de “Chatarra”, terminando con
“Sin ti no soy nada” y “Llévame muy lejos”, que demuestran que la exigencia con
el oyente no está reñida con un público masivo.
Lástima que tras la explosión maña, el público se fue dispersando y
Guille Milkyway con su Casa Azul necesitó ganarse uno a uno a los que
permanecieron al pie del cañón. A pesar de que las programaciones fallaron algo
en su sincronización con la banda, lo cierto es que con la efectividad de su
pop, con su escenografía cuidadísima que combina la música con imágenes muy
bien seleccionadas y, como no, con sus reconocibles gafas al más puro estilo
Daft Punk, La Casa Azul quedó tal vez como la propuesta más fresca de la noche
y la que mejor recogía el espíritu de este festival que lleva el cada vez más
difuso apellido de “independiente”, pero que con ese espíritu quiere llegar a
su mayoría de edad. La Casa Azul se despidió con su “Revolución Sexual” y ese
maravilloso pop de estilo que les define, para dejar que la noche terminase de
la mano de Yall y We are not DJ’s. Las luces del FIZ se apagaron un año más
esperando un mejor sonido y un cartel algo más equilibrado que ponga la guinda
a la próxima edición del 2018.
Siempre he defendido la carrera de Coldplay por más que algunos puristas se empeñen en decir que lo mejor que han hecho está en sus tres primeros discos. A mí sin embargo me siguen emocionando cada vez que los escucho y a pesar de sus giros más convencionales no han perdido su credibilidad y su gancho. Sirva como ejemplo su nuevo y singular EP, que hace unas semanas reseñé para "El Giradiscos".
Publicar a día de hoy un EP es una empresa arriesgada. Así que sólo por
eso ya merece la pena acercarse al último lanzamiento de Coldplay que lleva por
título “Kaleidoscope”. Este tipo de formato no es algo nuevo para el grupo
británico. Podemos recordar aquella interesante selección de temas en directo
que era repartida en los conciertos de su gira de 2009 o el maravilloso
“Prospekt’s March” que complementaba con aires introspectivos a su hermano
mayor “Viva la Vida”. La llegada de estas cinco canciones que componen
“Kaleidoscope” también funciona como una prolongación de su más reciente y
colorido disco y ha servido para promocionar el segundo tramo de la gira de
presentación del mismo durante el verano de 2017. Pero más allá de estrategias
de marketing, “Kaleidoscope” es un regalo muy bien acogido por sus
incondicionales, pero nada despreciable también para aquellos que saben valorar
los aciertos de Chris Martin y compañía. Estas cinco canciones no son una
simple continuación de “A Head Full Of Dreams”, sino más bien una manera de
reivindicar la otra cara de Coldplay que sabe detenerse en temas más exigentes
sin perder interés.
Las cinco canciones que componen este EP ya las habíamos escuchado antes
de su lanzamiento en formato físico el pasado 4 de Agosto. Poco a poco los de
Chis Martin fueron entregando videoclips de los diferentes temas desde que a
finales de febrero apareciese su exitosa colaboración con los Chainsmokers
“Something Just Like This”, una canción que seguía la línea de producción de su
último disco. Aunque el verdadero interés del mismo está en las otras cuatro
canciones que sí suponen cierta ruptura sonora con respecto al citado “A Head
Full Of Dreams”.
“All I Can Think About Is You” abre esta breve colección con un ritmo
hipnótico comandado por el bajo de Guy Berryman mientras la voz susurrante de
Chris Martin nos va sumergiendo en unas atmósferas bien trazadas dejando atrás las
programaciones o la sobreproducción a la que nos tienen acostumbrados. La
canción va creciendo hasta su exquisito final, muy orgánico y emocionante. Le
sigue “Miracles (Someone Special)”, un tema con un colchón de sintetizadores
como base y Big Sean de invitado para rapear en la parte del puente. A pesar de
la presencia de algunas vocecitas secuenciadas sobrantes, el estribillo tiene
gancho y la guitarra rítmica de Jonny Buckland gana presencia frente a los últimos
discos del cuarteto. “A L I E N S” no es un tema fácil, nada esperado para
muchos de los seguidores del grupo, donde la presencia de Brian Eno en la
producción se hace patente. Haciendo honor a su título, el ritmo casi
alienígena cobra protagonismo con bucles que rayan el ruidismo mientras las cuidadas
guitarras acústicas se estrellan y funden con teclados de corte ambient, ofreciendo
un desarrollo fuera de lo común, pero que por eso mismo resulta más atractivo.
Como una agradable rareza dentro del cancionero de Coldplay que cuenta además
con una reflexión sobre la inmigración que también podía intuirse en su
peculiar videoclip.
La versión de “Something Just Like This” que aparece en el EP está
extraída de la primera interpretación en vivo de este tema registrada el pasado
mes de abril en Tokyo al comienzo de su gira mundial de 2017, de ahí el sobrenombre
de “Tokyo Remix”, que la aleja sutilmente de la versión original con los
Chainsmokers. Aquí se escucha más la guitarra y por supuesto se nos muestra a
un Chris Martin entregado por completo a su público y otorgándole el
protagonismo que éste merece como co-protagonista de la fiesta en que se
convierte cada una de las actuaciones del grupo. “Hypnotised” cierra el EP de
forma magistral. Consigue emocionarnos mucho más que “Everglow” y está mejor
rematada que “Atlas”, pero es evidente que de alguna manera puede recordarnos a
estos temas recientes de la banda. La melodía del piano se graba en nuestro
cerebro y brota suavemente integrando poco a poco más elementos que subrayan
una química especial en el cuarteto, logrando de nuevo un efecto hipnótico en
el oyente. Quizá de ahí venga el título de la canción, aunque como se puede apreciar
en otras canciones del EP ésta es la tónica emocional predominante en todo el
conjunto.
Definitivamente este “Kaleidoscope” suena fantásticamente bien y va más
allá de ser un capricho, adquiriendo una entidad propia. Quizá con cuatro temas
más de este nivel se hubiera completado un disco sobresaliente y con un claro
rupturismo hacia su predecesor. Y es que aunque nos hayan querido vender este
EP como un complemento de su último disco, tiene más de ruptura que de
continuismo. Vale la pena acercarse a él si queremos descubrir a unos Coldplay
nada acomodados y con ganas de seguir adelante. Ojalá sea así.