lunes, 12 de diciembre de 2016

Celebrando "Moseley Shoals"

La última visita de Ocean Colour Scene a Zaragoza conmemorando los 20 años de la publicación de "Moseley Shoals" merecía una reseña que reflejara de la mejor manera la fiesta vivida en la Sala Oasis. Una cita que tuvo sus más y sus menos, pero que ante todo demostró la inmejorable sintonía entre los británicos y su público maño totalmente entregado, tal y como cuento en este artículo publicado en "El Giradiscos" y que reproduzco íntegro a continuación. 


La pasada semana el grupo de Birmingham estuvo otra vez de gira por España conmemorando los 20 años de la publicación de su disco más emblemático: “Moseley Shoals”. Una gira que tan sólo recaló en nuestro país además de las Islas Británicas. Y es que Ocean Colour Scene tiene un vínculo especial con España. Como ellos mismos han confesado les encanta nuestro público y por eso las paradas en nuestra tierra son obligadas en sus giras. De hecho con la cita del viernes ya son seis las veces que los británicos han pasado por Zaragoza.

Junto a ella, Madrid y Barcelona estaban de enhorabuena, porque lo que venía a ofrecer el grupo de Simon Fowler era algo especial. El repertorio iba a centrarse en el sublime “Moseley Shoals” (que se suponía tocarían entero) además de algunos otros grandes éxitos indiscutibles. Y tal y como intuía así iba a ser la noche: apoyada en un repertorio impecable que permitiría trasladar a todos los presentes a esa etapa dorada del britpop de finales de los noventa en la que los Ocean Colour Scene brillaron con luz propia y a la que ellos mismos lograron traspasar llegando hasta nuestros días ofreciendo discos de manera regular y de calidad bastante notable (sirva como ejemplo su último lanzamiento hasta la fecha, el inspirado “Painting” de 2013).

Pasaban 15 minutos de las 10 de la noche cuando las luces de la Sala Oasis se apagaron para dar la bienvenida al cuarteto británico, que sorprendió desde el primer momento por dos detalles. El primero ver a un Simon Fowler algo apagado, como desganado desde los primeros momentos de la noche y con falta de voz. En un principio pensé que esa voz más tenue que otras veces mejoraría tras ajustar la mezcla en los controles de la sala, pero no fue así. En los temas más potentes Simon sonó como apocado y donde consiguió encandilar con su voz fue en aquellos más pausados y especialmente en los que afrontó él sólo con su acústica. El otro detalle que pudo condicionar algo el show de Zaragoza fue la ausencia del baterista Oscar Harrison. Tal y como comentaron sufrió un pequeño accidente tras el concierto de Madrid que le obligó a tomarse un descanso, no pudiendo estar presente en dos de las tres citas españolas. Su sustituto, Tony Coote, que acompaña en solitario al guitarrista Steve Cradock, estuvo gran parte de la velada en tensión, esperando la señal de Cradock y tímido en algunos momentos clave, por lo que la ausencia del swing y la potente pegada que imprime Harrison a los Ocean se hizo notar, aunque sin llegar a desvirtuar el conjunto. Por su parte, Raymon Meade al bajo se quedó en un segundo plano sin destacar para nada ante el verdadero protagonista de la noche: el increíble Steve Cradock. Aunque no estuvo sólo, a éste le acompañaron sus certeros riffs de guitarra y un repertorio tocado por la varita mágica, donde todo consiguió encajar gracias a defender un disco de los más logrados de los últimos veinte años.

Con Simon Fowler algo desgastado, que simplemente se dejó llevar, y una base rítmica menos llamativa, el alma del concierto, como ya he señalado, fue Steve Cradock. Sus guitarras fueron las protagonistas y su baile encima de los pedales de efectos de sus Gibson fue revelador. Una clase magistral de cómo se domina un instrumento y cómo se le imprime carácter además de un estilo muy personal. Ver a Steve a menos de un metro fue un placer indescriptible que me permitió evadirme y volver a aquellos años donde sentíamos la música desde las tripas, como un torrente. Así pude olvidarme de otros detalles que podían haber ensombrecido el concierto, porque Steve Cradock me regaló la mejor interpretación de sus canciones que he visto. Una interpretación de 10. Tanto cuando acariciaba suavemente las cuerdas de su Les Paul en los temas más sentidos como cuando atacaba con rabia su SG para los bombazos más descarados. Lo que hace Steve Cradock a las seis cuerdas es sencillamente increíble. Es un auténtico “fuera de serie”.


El concierto arrancó con su particular revisión del “Day Tripper” de los Beatles, todo un clásico casi obligado en sus repertorios, para acto seguido encarar de una en una las canciones del disco protagonista de la noche en el mismo orden en el que fueron presentadas al mundo. “Moseley Shoals” se abría con el estruendo de un riff perfectamente reconocible como es el de “The Riberboat Song” y toda la sala estallaba emocionada. La noche empezaba con fuerza como aquel magnífico disco de 1996 y así seguiría, con la maravillosa y por todos coreada “The day we caugh the Train”. Una canción que da muestras del nivel de empatía de este grupo con su público fiel, que no pudo dejar de corear sus característicos “Oh Oh, La La”. “The Circle” se sucedía inmediatamente con un Cradock sembrado a las cuerdas de su SG y con un Fowler que parecía coger el ritmo que la cita merecía. Pero donde el cantante consiguió despuntar más claramente fue en temas como el que siguió a continuación. La delicadeza de “Lining your pockets” dio paso a la sutileza de “Fleeting Mind” y sus filigranas a la guitarra para seguidamente y contra todo pronóstico dejar a “40 past midnight” fuera del setlist. Tal vez por la falta de Oscar Harrison, la ausencia de pianista o simplemente por ser un tema más arriesgado, pero lo cierto es que se echó de menos al ver que “Moseley Shoals” se estaba desgranando por completo. Una ausencia que no terminé de entender, aunque cuando sonó nuevamente un Simon Fowler más potente en los primeros versos de “One for the Road” me olvidé de esto y me dejé llevar por el pasaje más folk y entrañable del disco en cuestión, que se completó con “It’s my Shadow”, de nuevo con la sala entera coreando al unísono su coda final. La energía volvió momentáneamente con “Policemen and Pirates” para seguir con la calma de “The Downstream” antes de encarar la recta final de la primera parte del concierto. “You’ve got it bad” y su potencia desbocada se quedaron en nada con la obra maestra que es “Get Away”. Si en el disco dejaba claro que era la mejor manera de poner la guinda final, en directo nos demuestra que hay pocos grupos que manejen tan bien la combinación de tempos, pasando de la calma a la tormenta de una forma totalmente natural y sobrecogedora. Aquí Steve Cradock nos llevó a lo más alto. Su guitarra soltaba chispas mientras cabalgaba de pedal en pedal de efectos como si de un baile de distorsión se tratase. Y Simon Fowler se entregaba hasta el final a base de melancolía y toques de armónica. El éxtasis. La auténtica razón por la que merece la pena estar delante de estos músicos.

“Moseley Shoals” había llegado a su fin dejando el nivel tan alto como lo es esta obra cumbre de la música británica de los noventa. Había que ver ahora qué nos deparaba el resto de la velada. Cuáles serían los temas elegidos para complementar a estos anteriores casi perfectos. Seguidamente Simon Fowler se quedó solo en el escenario para ofrecer una de sus mejores interpretaciones de la noche. “Foxy’s Folk Faced” irrumpía con sutileza y abría así el camino para regalarnos algunas canciones clave de su otra obra de cabecera, el también fantástico “Marchin’ Already”. A esta pieza entrañable le siguió “Better Day” con su emocionante estribillo y seguidamente otro de los himnos del grupo: “Profit in Peace”. Magia era la palabra perfecta para definir el momento a pesar de las carencias de algunos de sus miembros. Sin ser un concierto perfecto en su ejecución estaba resultando de lo más logrado en el plano emocional. “So Low” sirvió de puente para sumergirnos en otra de las canciones más acertadas de la noche. “Get blown Away” me dejó boquiabierto. La guitarra de Steve Cradock volvía a hacer de las suyas mientras Simon Fowler se entregaba coreando ese estribillo repetitivo. Claramente estaban ofreciendo sus mejores temas, pero el concierto estaba llegando a su fin como confirmaron con el reconocible pulso inicial de “Traveller’s Tune”, sellando así un cierre de altura.

Y así llegaron los obligados bises, que fueron breves pero intensos. De nuevo Simon y su acústica ofrecieron una interpretación correcta de otro clásico de su repertorio como es “Robin Hood”, enlazando con un guiño al “Live Forever” de Oasis como ya hiciera en su anterior gira. Y para terminar definitivamente, la tormenta y el descaro de “Hundred Mile High City”. Una canción que funciona perfectamente como inicio, pero que también es un acertado final. Con el sonido de la guitarra marca de la casa y con la demostración de la tremenda inspiración por la que pasó este grupo durante los últimos años del pasado siglo. De hecho no hizo falta adentrarse en su repertorio más reciente para redondear la velada. Ocean Colour Scene solamente atacó sus tres obras más inspiradas, las que ofrecieron entre 1996 y 1999. Y el público no necesitó nada más para ser feliz. 90 minutos escasos de euforia, que tal vez podrían haber sido más plenos si Oscar Harrison no hubiera estado ausente o si Simon Fowler hubiera estado más “presente”, pero igualmente, 90 minutos de felicidad y de echar la vista atrás que sirven como la mejor manera de recargar pilas y volver a este presente falto de grandes momentos musicales como éstos. Ojalá no perdamos nunca a estos grupos tan necesarios ni estas giras conmemorativas si se trata de celebrar las glorias de un disco eterno como “Moseley Shoals”.

(Gracias a Blanca P. Peinado por sus fantásticas fotografías)

martes, 6 de diciembre de 2016

El hogar de Iván Ferreiro

El nuevo disco de Iván Ferreiro es una invitación sincera a entrar en su mundo interior y hacer de su "casa" la nuestra. Una vez más el músico gallego ha vuelto a sorprendernos con su peculiar estilo y sus conmovedoras letras y consigue con su última y más acertada colección de canciones convencer y emocionar a partes iguales, tal y como argumento en esta reseña que hice para "El Giradiscos". 


Iván Ferreiro nos abre las puertas de su casa de par en par. No deja sitio para las medias tintas, va al grano y nos deja con la sensación de estar mano a mano con el protagonista de estas historias. Nos presenta una colección de canciones vitalista desde la derrota y a la vez muy esperanzadora. Él mismo contaba que este disco partía de situaciones personales difíciles pero afrontadas desde un punto de vista optimista y eso es precisamente lo que consigue: dibujar una sonrisa en el oyente a pesar de mostrarnos una temática por momentos dolorosa y cruda. Eso sí, el disco es de los más coloridos de toda su trayectoria estilísticamente hablando. Hay canciones que recuerdan a su etapa en Piratas por sus ambientes más densos y otras que respiran ligereza y una aparente inocencia en sus formas. Pero ante todo destacan los temas de profunda temática acompañados de un tratamiento musical contundente e incisivo. En “Casa” podemos diferenciar dos grupos de canciones: las que pegan con fuerza y se desarrollan sin prisa pero de forma aplastante y aquellas más ligeras y algo más alejadas de ese tratamiento conceptual de sonido que apreciamos en las primeras. Tal vez en ese primer grupo de canciones, que son el sustento del álbum, encontramos las de letras más personales y en el segundo grupo se desarrolla una mayor variedad estilística que permite también más eclecticismo en el contenido. Mi clasificación en estos grupos vendría a situar a “Casa, ahora vivo aquí”, “Los restos de amor”, “El pensamiento circular”, “El viaje a Dondenosabidusientan” y “Tupolev” en el primer grupo y a “Farsante”, “Dioses de la Distorsión”, “La otra mitad”, “Laniakea”, “Dies Irae”, “Todas esas cosas buenas” y “Río Alquitrán” en el segundo.

“Casa, ahora vivo aquí” nos invita a entrar en su vida y a formar parte de esta experiencia como algo nuestro. Un tema que invita a “entrar” y a comenzar el camino de la mano de Iván Ferreiro y sus fieles escuderos, desde su hermano Amaro hasta Pablo Novoa, pasando por Emilio Sáiz o el omnipresente Ricky Falkner, de nuevo en los mandos de la producción. De hecho, con la llegada de Ricky Falkner a los controles y el final de su etapa con Suso Sáiz al publicar “Val Miñor-Madrid”, el sonido de Iván Ferreiro se ha depurado y cristalizado para acercarse al oyente más directamente, dejando atrás excesos sonoros (que eran muy interesantes, por supuesto) y dando paso a un sonido más colorido y vital.

Las revoluciones bajan casi al máximo con “Farsante”, una letra dura pero acompañada de un sonido casi virgen, que necesita lo mínimo para incidir profundamente. El sampleado acústico con el que abre “Dioses de la Distorsión” recuerda a maneras utilizadas anteriormente con Piratas, pero desemboca en una canción muy clara en su discurso, y es que Iván Ferreiro se abre cada vez más y lo hace con las palabras adecuadas, desprovistas de artificios, yendo al grano. “La otra mitad” me parece una suerte de experimento pop que bien podría haber firmado el gallego junto a los zaragozanos Tachenko. Es un tema fresco, casi podría decirse que incluso dulce. Puede parecer atípico para Ferreiro, pero le sienta como anillo al dedo. “Laniakea” se disfraza de ruidismo y nos regala una guitarra desgarrada para cerrar que aporta el momento más interesante del tema y nos conduce a una canción algo fuera de lugar en el conjunto como es “Dies Irae”, que formaba parte de la banda sonora de la trilogía del escritor vallisoletano César Pérez Gellida “Versos, canciones y trocitos de carne”, y que Ferreiro ha querido incluir aquí en una versión diferente de la que conocíamos hasta ahora.


Llegamos así a la segunda parte del disco, donde empieza verdaderamente lo más interesante. El arranque con “Los restos del Amor” es estratosférico, con ese riff sampleado de Egon Soda que vertebra toda la canción y la dota de un ritmo que seduce y arrastra. Le sigue “Todas esas cosas buenas” a modo de guiño pseudo optimista-juguetón. Una canción aparentemente sencilla pero que se atreve a llamar a las cosas por su nombre dejándonos mecer por la búsqueda del optimismo. La gema indiscutible del disco es el tema que también ha sido elegido como primer single. “El pensamiento circular” resume a la perfección el espíritu de todas estas canciones tanto en lo temático como en lo estilístico. Funciona como un mantra que va de menos a más y te atrapa, te envuelve y te invita a volver a ella una y otra vez, buscando nuevos mensajes, recovecos inexplorados y valientes lecturas. “El viaje a Dondenosabidusientan”, de título impronunciable, es también potente, desgarrada en su mensaje e incisiva en su instrumentación, marcada por sonidos más electrónicos y por momentos también emparentados con Piratas. “Tupolev” encara la recta final con rabia, mostrando el poder de las canciones como terapia, para desembocar en “Río Alquitrán”, una canción que desde la serenidad consigue transmitir la decepción unida al comienzo de algo nuevo, porque todos los finales pueden convertirse en principios. Una sabia lectura de las segundas oportunidades.

En esta segunda parte del disco el listón no ha bajado ni un momento (tal vez desentone un poco “Todas esas cosas buenas”, aunque este tipo de canciones le sientan muy bien a Ferreiro) y confirma así una colección de canciones inspiradísima, con un Iván Ferreiro entregado, desnudo en intenciones y a la vez perfectamente vestido de sonoridades envolventes, que atrapan y que te hacen volver a ellas sin remisión.

Iván Ferreiro está demostrando dar pasos de gigante con cada disco publicado, ofreciendo siempre algo más, que consigue seducir a la vez que desafiar al oyente. Ya lo hizo con “Mentiroso Mentiroso”, superando el riesgo de su debut en solitario, volvió a hacerlo con la luminosidad de “Val Miñor-Madrid” tras la oscuridad de “Picnic Extraterrestre”, y ahora vuelve a demostrarlo con este “Casa”, que recoge lo mejor de toda su trayectoria a nivel de estilos y los eleva a un estadio superior. Siempre con su característica voz marca de la casa, que podrá gustar más o menos, pero que tiene un punto único inimitable.

Seguro que nos llegarán grandes discos del gallego en años venideros que disfrutaremos tanto o más que éste, pero yo por ahora abro las puertas de esta “Casa” y me sumerjo dentro de ella enamorándome de cada canción, de cada sutil detalle, de cada mensaje lanzado a bocajarro. Me vuelvo a enamorar de Iván Ferreiro.