lunes, 12 de diciembre de 2016

Celebrando "Moseley Shoals"

La última visita de Ocean Colour Scene a Zaragoza conmemorando los 20 años de la publicación de "Moseley Shoals" merecía una reseña que reflejara de la mejor manera la fiesta vivida en la Sala Oasis. Una cita que tuvo sus más y sus menos, pero que ante todo demostró la inmejorable sintonía entre los británicos y su público maño totalmente entregado, tal y como cuento en este artículo publicado en "El Giradiscos" y que reproduzco íntegro a continuación. 


La pasada semana el grupo de Birmingham estuvo otra vez de gira por España conmemorando los 20 años de la publicación de su disco más emblemático: “Moseley Shoals”. Una gira que tan sólo recaló en nuestro país además de las Islas Británicas. Y es que Ocean Colour Scene tiene un vínculo especial con España. Como ellos mismos han confesado les encanta nuestro público y por eso las paradas en nuestra tierra son obligadas en sus giras. De hecho con la cita del viernes ya son seis las veces que los británicos han pasado por Zaragoza.

Junto a ella, Madrid y Barcelona estaban de enhorabuena, porque lo que venía a ofrecer el grupo de Simon Fowler era algo especial. El repertorio iba a centrarse en el sublime “Moseley Shoals” (que se suponía tocarían entero) además de algunos otros grandes éxitos indiscutibles. Y tal y como intuía así iba a ser la noche: apoyada en un repertorio impecable que permitiría trasladar a todos los presentes a esa etapa dorada del britpop de finales de los noventa en la que los Ocean Colour Scene brillaron con luz propia y a la que ellos mismos lograron traspasar llegando hasta nuestros días ofreciendo discos de manera regular y de calidad bastante notable (sirva como ejemplo su último lanzamiento hasta la fecha, el inspirado “Painting” de 2013).

Pasaban 15 minutos de las 10 de la noche cuando las luces de la Sala Oasis se apagaron para dar la bienvenida al cuarteto británico, que sorprendió desde el primer momento por dos detalles. El primero ver a un Simon Fowler algo apagado, como desganado desde los primeros momentos de la noche y con falta de voz. En un principio pensé que esa voz más tenue que otras veces mejoraría tras ajustar la mezcla en los controles de la sala, pero no fue así. En los temas más potentes Simon sonó como apocado y donde consiguió encandilar con su voz fue en aquellos más pausados y especialmente en los que afrontó él sólo con su acústica. El otro detalle que pudo condicionar algo el show de Zaragoza fue la ausencia del baterista Oscar Harrison. Tal y como comentaron sufrió un pequeño accidente tras el concierto de Madrid que le obligó a tomarse un descanso, no pudiendo estar presente en dos de las tres citas españolas. Su sustituto, Tony Coote, que acompaña en solitario al guitarrista Steve Cradock, estuvo gran parte de la velada en tensión, esperando la señal de Cradock y tímido en algunos momentos clave, por lo que la ausencia del swing y la potente pegada que imprime Harrison a los Ocean se hizo notar, aunque sin llegar a desvirtuar el conjunto. Por su parte, Raymon Meade al bajo se quedó en un segundo plano sin destacar para nada ante el verdadero protagonista de la noche: el increíble Steve Cradock. Aunque no estuvo sólo, a éste le acompañaron sus certeros riffs de guitarra y un repertorio tocado por la varita mágica, donde todo consiguió encajar gracias a defender un disco de los más logrados de los últimos veinte años.

Con Simon Fowler algo desgastado, que simplemente se dejó llevar, y una base rítmica menos llamativa, el alma del concierto, como ya he señalado, fue Steve Cradock. Sus guitarras fueron las protagonistas y su baile encima de los pedales de efectos de sus Gibson fue revelador. Una clase magistral de cómo se domina un instrumento y cómo se le imprime carácter además de un estilo muy personal. Ver a Steve a menos de un metro fue un placer indescriptible que me permitió evadirme y volver a aquellos años donde sentíamos la música desde las tripas, como un torrente. Así pude olvidarme de otros detalles que podían haber ensombrecido el concierto, porque Steve Cradock me regaló la mejor interpretación de sus canciones que he visto. Una interpretación de 10. Tanto cuando acariciaba suavemente las cuerdas de su Les Paul en los temas más sentidos como cuando atacaba con rabia su SG para los bombazos más descarados. Lo que hace Steve Cradock a las seis cuerdas es sencillamente increíble. Es un auténtico “fuera de serie”.


El concierto arrancó con su particular revisión del “Day Tripper” de los Beatles, todo un clásico casi obligado en sus repertorios, para acto seguido encarar de una en una las canciones del disco protagonista de la noche en el mismo orden en el que fueron presentadas al mundo. “Moseley Shoals” se abría con el estruendo de un riff perfectamente reconocible como es el de “The Riberboat Song” y toda la sala estallaba emocionada. La noche empezaba con fuerza como aquel magnífico disco de 1996 y así seguiría, con la maravillosa y por todos coreada “The day we caugh the Train”. Una canción que da muestras del nivel de empatía de este grupo con su público fiel, que no pudo dejar de corear sus característicos “Oh Oh, La La”. “The Circle” se sucedía inmediatamente con un Cradock sembrado a las cuerdas de su SG y con un Fowler que parecía coger el ritmo que la cita merecía. Pero donde el cantante consiguió despuntar más claramente fue en temas como el que siguió a continuación. La delicadeza de “Lining your pockets” dio paso a la sutileza de “Fleeting Mind” y sus filigranas a la guitarra para seguidamente y contra todo pronóstico dejar a “40 past midnight” fuera del setlist. Tal vez por la falta de Oscar Harrison, la ausencia de pianista o simplemente por ser un tema más arriesgado, pero lo cierto es que se echó de menos al ver que “Moseley Shoals” se estaba desgranando por completo. Una ausencia que no terminé de entender, aunque cuando sonó nuevamente un Simon Fowler más potente en los primeros versos de “One for the Road” me olvidé de esto y me dejé llevar por el pasaje más folk y entrañable del disco en cuestión, que se completó con “It’s my Shadow”, de nuevo con la sala entera coreando al unísono su coda final. La energía volvió momentáneamente con “Policemen and Pirates” para seguir con la calma de “The Downstream” antes de encarar la recta final de la primera parte del concierto. “You’ve got it bad” y su potencia desbocada se quedaron en nada con la obra maestra que es “Get Away”. Si en el disco dejaba claro que era la mejor manera de poner la guinda final, en directo nos demuestra que hay pocos grupos que manejen tan bien la combinación de tempos, pasando de la calma a la tormenta de una forma totalmente natural y sobrecogedora. Aquí Steve Cradock nos llevó a lo más alto. Su guitarra soltaba chispas mientras cabalgaba de pedal en pedal de efectos como si de un baile de distorsión se tratase. Y Simon Fowler se entregaba hasta el final a base de melancolía y toques de armónica. El éxtasis. La auténtica razón por la que merece la pena estar delante de estos músicos.

“Moseley Shoals” había llegado a su fin dejando el nivel tan alto como lo es esta obra cumbre de la música británica de los noventa. Había que ver ahora qué nos deparaba el resto de la velada. Cuáles serían los temas elegidos para complementar a estos anteriores casi perfectos. Seguidamente Simon Fowler se quedó solo en el escenario para ofrecer una de sus mejores interpretaciones de la noche. “Foxy’s Folk Faced” irrumpía con sutileza y abría así el camino para regalarnos algunas canciones clave de su otra obra de cabecera, el también fantástico “Marchin’ Already”. A esta pieza entrañable le siguió “Better Day” con su emocionante estribillo y seguidamente otro de los himnos del grupo: “Profit in Peace”. Magia era la palabra perfecta para definir el momento a pesar de las carencias de algunos de sus miembros. Sin ser un concierto perfecto en su ejecución estaba resultando de lo más logrado en el plano emocional. “So Low” sirvió de puente para sumergirnos en otra de las canciones más acertadas de la noche. “Get blown Away” me dejó boquiabierto. La guitarra de Steve Cradock volvía a hacer de las suyas mientras Simon Fowler se entregaba coreando ese estribillo repetitivo. Claramente estaban ofreciendo sus mejores temas, pero el concierto estaba llegando a su fin como confirmaron con el reconocible pulso inicial de “Traveller’s Tune”, sellando así un cierre de altura.

Y así llegaron los obligados bises, que fueron breves pero intensos. De nuevo Simon y su acústica ofrecieron una interpretación correcta de otro clásico de su repertorio como es “Robin Hood”, enlazando con un guiño al “Live Forever” de Oasis como ya hiciera en su anterior gira. Y para terminar definitivamente, la tormenta y el descaro de “Hundred Mile High City”. Una canción que funciona perfectamente como inicio, pero que también es un acertado final. Con el sonido de la guitarra marca de la casa y con la demostración de la tremenda inspiración por la que pasó este grupo durante los últimos años del pasado siglo. De hecho no hizo falta adentrarse en su repertorio más reciente para redondear la velada. Ocean Colour Scene solamente atacó sus tres obras más inspiradas, las que ofrecieron entre 1996 y 1999. Y el público no necesitó nada más para ser feliz. 90 minutos escasos de euforia, que tal vez podrían haber sido más plenos si Oscar Harrison no hubiera estado ausente o si Simon Fowler hubiera estado más “presente”, pero igualmente, 90 minutos de felicidad y de echar la vista atrás que sirven como la mejor manera de recargar pilas y volver a este presente falto de grandes momentos musicales como éstos. Ojalá no perdamos nunca a estos grupos tan necesarios ni estas giras conmemorativas si se trata de celebrar las glorias de un disco eterno como “Moseley Shoals”.

(Gracias a Blanca P. Peinado por sus fantásticas fotografías)

martes, 6 de diciembre de 2016

El hogar de Iván Ferreiro

El nuevo disco de Iván Ferreiro es una invitación sincera a entrar en su mundo interior y hacer de su "casa" la nuestra. Una vez más el músico gallego ha vuelto a sorprendernos con su peculiar estilo y sus conmovedoras letras y consigue con su última y más acertada colección de canciones convencer y emocionar a partes iguales, tal y como argumento en esta reseña que hice para "El Giradiscos". 


Iván Ferreiro nos abre las puertas de su casa de par en par. No deja sitio para las medias tintas, va al grano y nos deja con la sensación de estar mano a mano con el protagonista de estas historias. Nos presenta una colección de canciones vitalista desde la derrota y a la vez muy esperanzadora. Él mismo contaba que este disco partía de situaciones personales difíciles pero afrontadas desde un punto de vista optimista y eso es precisamente lo que consigue: dibujar una sonrisa en el oyente a pesar de mostrarnos una temática por momentos dolorosa y cruda. Eso sí, el disco es de los más coloridos de toda su trayectoria estilísticamente hablando. Hay canciones que recuerdan a su etapa en Piratas por sus ambientes más densos y otras que respiran ligereza y una aparente inocencia en sus formas. Pero ante todo destacan los temas de profunda temática acompañados de un tratamiento musical contundente e incisivo. En “Casa” podemos diferenciar dos grupos de canciones: las que pegan con fuerza y se desarrollan sin prisa pero de forma aplastante y aquellas más ligeras y algo más alejadas de ese tratamiento conceptual de sonido que apreciamos en las primeras. Tal vez en ese primer grupo de canciones, que son el sustento del álbum, encontramos las de letras más personales y en el segundo grupo se desarrolla una mayor variedad estilística que permite también más eclecticismo en el contenido. Mi clasificación en estos grupos vendría a situar a “Casa, ahora vivo aquí”, “Los restos de amor”, “El pensamiento circular”, “El viaje a Dondenosabidusientan” y “Tupolev” en el primer grupo y a “Farsante”, “Dioses de la Distorsión”, “La otra mitad”, “Laniakea”, “Dies Irae”, “Todas esas cosas buenas” y “Río Alquitrán” en el segundo.

“Casa, ahora vivo aquí” nos invita a entrar en su vida y a formar parte de esta experiencia como algo nuestro. Un tema que invita a “entrar” y a comenzar el camino de la mano de Iván Ferreiro y sus fieles escuderos, desde su hermano Amaro hasta Pablo Novoa, pasando por Emilio Sáiz o el omnipresente Ricky Falkner, de nuevo en los mandos de la producción. De hecho, con la llegada de Ricky Falkner a los controles y el final de su etapa con Suso Sáiz al publicar “Val Miñor-Madrid”, el sonido de Iván Ferreiro se ha depurado y cristalizado para acercarse al oyente más directamente, dejando atrás excesos sonoros (que eran muy interesantes, por supuesto) y dando paso a un sonido más colorido y vital.

Las revoluciones bajan casi al máximo con “Farsante”, una letra dura pero acompañada de un sonido casi virgen, que necesita lo mínimo para incidir profundamente. El sampleado acústico con el que abre “Dioses de la Distorsión” recuerda a maneras utilizadas anteriormente con Piratas, pero desemboca en una canción muy clara en su discurso, y es que Iván Ferreiro se abre cada vez más y lo hace con las palabras adecuadas, desprovistas de artificios, yendo al grano. “La otra mitad” me parece una suerte de experimento pop que bien podría haber firmado el gallego junto a los zaragozanos Tachenko. Es un tema fresco, casi podría decirse que incluso dulce. Puede parecer atípico para Ferreiro, pero le sienta como anillo al dedo. “Laniakea” se disfraza de ruidismo y nos regala una guitarra desgarrada para cerrar que aporta el momento más interesante del tema y nos conduce a una canción algo fuera de lugar en el conjunto como es “Dies Irae”, que formaba parte de la banda sonora de la trilogía del escritor vallisoletano César Pérez Gellida “Versos, canciones y trocitos de carne”, y que Ferreiro ha querido incluir aquí en una versión diferente de la que conocíamos hasta ahora.


Llegamos así a la segunda parte del disco, donde empieza verdaderamente lo más interesante. El arranque con “Los restos del Amor” es estratosférico, con ese riff sampleado de Egon Soda que vertebra toda la canción y la dota de un ritmo que seduce y arrastra. Le sigue “Todas esas cosas buenas” a modo de guiño pseudo optimista-juguetón. Una canción aparentemente sencilla pero que se atreve a llamar a las cosas por su nombre dejándonos mecer por la búsqueda del optimismo. La gema indiscutible del disco es el tema que también ha sido elegido como primer single. “El pensamiento circular” resume a la perfección el espíritu de todas estas canciones tanto en lo temático como en lo estilístico. Funciona como un mantra que va de menos a más y te atrapa, te envuelve y te invita a volver a ella una y otra vez, buscando nuevos mensajes, recovecos inexplorados y valientes lecturas. “El viaje a Dondenosabidusientan”, de título impronunciable, es también potente, desgarrada en su mensaje e incisiva en su instrumentación, marcada por sonidos más electrónicos y por momentos también emparentados con Piratas. “Tupolev” encara la recta final con rabia, mostrando el poder de las canciones como terapia, para desembocar en “Río Alquitrán”, una canción que desde la serenidad consigue transmitir la decepción unida al comienzo de algo nuevo, porque todos los finales pueden convertirse en principios. Una sabia lectura de las segundas oportunidades.

En esta segunda parte del disco el listón no ha bajado ni un momento (tal vez desentone un poco “Todas esas cosas buenas”, aunque este tipo de canciones le sientan muy bien a Ferreiro) y confirma así una colección de canciones inspiradísima, con un Iván Ferreiro entregado, desnudo en intenciones y a la vez perfectamente vestido de sonoridades envolventes, que atrapan y que te hacen volver a ellas sin remisión.

Iván Ferreiro está demostrando dar pasos de gigante con cada disco publicado, ofreciendo siempre algo más, que consigue seducir a la vez que desafiar al oyente. Ya lo hizo con “Mentiroso Mentiroso”, superando el riesgo de su debut en solitario, volvió a hacerlo con la luminosidad de “Val Miñor-Madrid” tras la oscuridad de “Picnic Extraterrestre”, y ahora vuelve a demostrarlo con este “Casa”, que recoge lo mejor de toda su trayectoria a nivel de estilos y los eleva a un estadio superior. Siempre con su característica voz marca de la casa, que podrá gustar más o menos, pero que tiene un punto único inimitable.

Seguro que nos llegarán grandes discos del gallego en años venideros que disfrutaremos tanto o más que éste, pero yo por ahora abro las puertas de esta “Casa” y me sumerjo dentro de ella enamorándome de cada canción, de cada sutil detalle, de cada mensaje lanzado a bocajarro. Me vuelvo a enamorar de Iván Ferreiro.


sábado, 26 de noviembre de 2016

Ariel Rot suelta su contundente "manada"

Hace una semana Ariel Rot visitaba "Las Armas" de Zaragoza presentando su último disco "La Manada". Y una vez más convenció a su publico y demostró que es un artista único que encandila con su estilo y su potente rock. En "El Giradiscos" dejé plasmadas mis impresiones que demuestran que no me canso nunca de escucharle en directo:


Ariel Rot es sinónimo de maestría y elegancia. Pocos músicos como él pueden presumir de mantener con dignidad una carrera más que coherente siempre fiel a un sonido asentado en las raíces del rock clásico. El estilo que confiere a su guitarra es inconfundible y eso es algo difícil de conseguir. Por eso, cuando escuchamos su particular rasgueo a las seis cuerdas sabemos perfectamente que se trata de uno de los argentinos más queridos en nuestro país.

Ariel Rot presentaba el pasado sábado en Las Armas su último gran disco: “La Manada”. Había muchas ganas de verle de nuevo por Zaragoza, donde tiene un público fiel que ha sabido valorar cada una de las etapas en la vida musical de este artista imprescindible. “La Manada” es un disco brillante y el paso de su gira por Zaragoza con una banda de lujo (las últimas veces que le habíamos visto por aquí había sido con la única compañía de sus guitarras y su piano) no iba a ser menos.

La noche arrancaba como lo hace este trabajo, con la contundencia de “Una semana encerrado”. Y para dejar claro que Ariel es un músico que no se aferra al pasado fueron presentándose más canciones de su última propuesta como si de nuevos clásicos se trataran: “Se me hizo tarde muy pronto”, “Solamente adiós”, con su sorprendente solo de guitarra final, o “Broder” dieron paso a algunos de sus temas más emblemáticos como la fantástica “Hoja de Ruta”, reivindicando el papel del músico en la carretera, o “El Mundo de Ayer”, que sorprendió con su desgarrador y emotivo final. “Dos de Corazones”, “Lo siento, Frank” y “Adiós Carnaval”, con un guiño al mismísimo Bunbury en la presentación, hicieron las delicias de todos los presentes en la sala zaragozana, que una vez más destacó por su magnífica sonoridad. Todos pudimos apreciar que Rot estaba siendo comedido en las formas pero preciso en la ejecución. Una vez más se mostraba como un perfecto ejemplo del buen hacer, como alguien que ama su trabajo y sabe dar lo mejor a su público. Pero no todo podía ser perfecto. En uno de los temas más íntimos de la noche, “En el borde de la orilla”, las conversaciones de algunos de los allí presentes ensombrecieron la magia del momento y el propio Ariel tuvo que pedir silencio. La verdad es que yo no alcanzo a comprenderlo. Está bien que los conciertos sean una excusa para juntarse con amigos y disfrutar de un buen rato, pero no nos olvidemos de esto: a los conciertos se va a escuchar. Dejemos las charlas para las cervezas de después, por favor. Y esto mismo quiso decir Ariel al comentar que si era para eso podían ahorrarse la entrada. Claro, conciso y una vez más acertado.


Dejando atrás este lapsus, el concierto prosiguió con potencia regalando el clásico “Bruma en la Castellana”, con el que quiso acordarse de su coautor Moris, y la desenfrenada “Espero que me disculpen”, que se convertirá más pronto que tarde en otra de las imprescindibles en sus repertorios. “Vicios Caros” sonó una vez más sublime (tengo que reconocer que es de mis favoritas de su repertorio), combinando a la perfección sensualidad y crudeza. Y seguidamente atacó fuera de guión la emblemática “Confesiones de un comedor de Pizza”, con la que volvió a hacer malabares instrumentales y en la que Candy Caramelo también nos regaló un tremendo solo con el bajo.

El concierto iba llegando a su fin y como ocurre en “La Manada”, los primeros acordes de “Me voy de viaje” así lo presagiaban. Una canción que a pesar de su temática se convirtió en una fiesta gracias a sus coros desenfadados de los que participó todo el público. Y con toda la sala en el bolsillo Ariel juega bien sus cartas y comienza un “Rock and Roll en la Plaza del Pueblo” con aires blues que se transforma en rock acelerado y rinde así homenaje a sus compañeros de filas en Tequila, de los que también interpretó “Necesito un Trago”. La primera despedida vuelve a vestirse de homenaje, en este caso a Los Rodríguez. “Me estás atrapando otra vez” suena al clásico que es. Una de las canciones más conmovedoras del rock en castellano. Una joya que jamás nos cansamos de escuchar. Con esta maravilla retumbando en nuestros oídos la banda se despide brevemente para retornar con otro de los clásicos del argentino, esta vez con forma de milonga. Una intro sosegada que nos lleva irremediablemente a la “Milonga del Marinero y el Capitán”, uno de los emblemas musicales que Rot regaló a Los Rodríguez, y que los seguidores de Ariel hace tiempo que lo sentimos totalmente familiar en la voz de su creador. La fiesta termina con “Baile de Ilusiones”, un tema siempre acertado que descarga vitalidad y deja con ganas de más.


Las dos horas de show han pasado muy rápido y la contundencia de Ariel Rot, con su inseparable y desgastada telecaster, ha sido una vez más infalible. Esta vez no se ha perdido en momentos más acústicos. Tampoco se ha acercado al piano como hiciera en su anterior disco más íntimo “La Huesuda”, al que no se asoma como reivindicando que ahora está en un momento claramente más eléctrico. Además, hacía tiempo que no tenía una banda clásica de rock tan potente y precisa como ésta: con Mauro Mietta a los teclados con un aire muy cercano a Ronnie Wood en las formas, Toni Jurado a la batería, que nos regala su particular sentido del ritmo allí donde se enrola, además de poseer ese entrañable aire rocker, y con el carismático Candy Caramelo, que ha pisado todo tipo de escenarios y que sabe que su lugar al lado de Rot es para disfrutarlo de principio a fin y para mostrarle en agradecimiento su mejor versión.

Ariel Rot ha soltado a su particular “manada” y ha vuelto a demostrar que su forma de entender la música es necesaria. No podemos olvidarnos de este icono al que ya no se le puede decir que tenga cara de niño (sus gafas y desgaste le delatan), pero que sabe embelesarnos al ritmo de sus estupendas canciones. Como él mismo dijo antes de acabar la noche: “traigan a sus hijos a mis conciertos”. Efectivamente ellos tienen que saber lo que es el rock de verdad y no dejar que se nos olvide. Gracias maestro.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Rozando el cielo con "El Peor Grupo del Mundo"

El pasado viernes 11 de noviembre volví a ver a Sidonie en concierto confirmando así que son de los verdaderos grupos imprescindibles en nuestros escenarios. Presentaban tal vez su disco más inspirado y el concierto estuvo a la altura, tal y como he intentado mostrar en mi crónica para "El Giradiscos".


¡¡Puro Espectáculo!! Eso es lo que Sidonie nos ofrecieron a todos sus seguidores congregados una vez más en Zaragoza. Sin duda, una de las bandas más potentes en directo de nuestro país.

Hace menos de un año que el trío catalán había realizado uno de los últimos conciertos de su gira “Sierra y Canadá” en nuestra ciudad y a pesar de ello el público estaba deseoso de verles de nuevo en el escenario para saber qué nos ofrecerían esta vez al presentar su más reciente disco “El Peor Grupo del Mundo”. Y de un disco redondo salió un directo casi perfecto. Poco más de hora y media de verdadera energía y total entrega con su público donde pudimos degustar ampliamente su nuevo disco junto a una buena selección de sus mejores canciones abarcando casi toda su discografía.

La noche, incluida dentro del ciclo “San Miguel Music Explorers”, empezó con la potente “Os queremos” para mostrar su faceta de fans, como todos los congregados en la mítica Sala Oasis zaragozana. Las revoluciones no bajaron, pues encadenaron seguidamente sus éxitos “Nuestro baile del viernes”, “Costa Azul” y “Sierra y Canadá”. El trío (convertido en quinteto para sus presentaciones en directo) daba buena muestra así de que su repertorio está perfectamente ensamblado y sabe encadenar potentes temas pasados y presentes. Y evidentemente estábamos ahí para escuchar cómo sonaba ese último disco, al que volvieron con “Siglo XX”, que como dijo Marc era su canción favorita del mismo. La provocación de “Yo soy la Crema”, los ecos psicodélicos de “Fascinado” y la ligereza de “Atragantarnos” nos llevaron hasta el momento más íntimo de la noche. Marc Ros se quedó sólo para interpretar “Los Coches aún no vuelan”, una canción que enamora en el disco, pero que en directo se quedó a medias debido a la sobriedad de su interpretación, desentonando algo con el tono de la noche. El maravilloso himno pop “Por ti” volvió a despertar el fervor de los asistentes al que seguiría uno de los mejores momentos del concierto: la interpretación de la emotiva “No sé dibujar un perro”, donde el propio backliner se prestó como original atril mostrando la letra del tema en cartulinas para que todos los presentes pudiéramos corear esta pequeña-gran canción. A partir de este momento saboreamos el crescendo de la noche afrontando con actitud festiva “El Peor Grupo del Mundo”, la delicada y muy celebrada “En mi garganta”, así como “Fundido a Negro”, que dio paso a la oscuridad de “El Bosque” y su explosivo final. Todo el público estaba ya enloquecido cuando tocó el turno de “Un día más en la vida” y la primera despedida con su nuevo clásico “Carreteras Infinitas”.


Axel Pi, Jes Senra y Marc Ros tenían en el bolsillo a todos los asistentes y afrontaron así una tanda de bises que empezó con el himno generacional “Un día de Mierda”, momento en el que Marc se paseó entre el público fundiéndose con los allí presentes sin abandonar su punto provocador. “El Incendio” volvió a sonar demoledora, como siempre, y el broche final vino de la mano de “Estáis Aquí”, donde el grupo al completo y los varios cientos de asistentes parecíamos uno. ¡¡Qué gran canción y qué bien funciona como cierre!!


Fin de fiesta con las piruetas características de Axel Pi al borde del escenario, abrazos y gestos de sincera camaradería, apretones de manos para las primeras filas  y muchos guiños a su público, con el que Sidonie lo comparte todo y al que ofrece siempre la mejor versión de sí mismos, como si el concierto que les ocupa fuera el último.

Definitivamente presenciar un concierto de Sidonie es sinónimo de vitalidad y cercanía. Durante algo menos de dos horas puedes tocar el mismísimo cielo aunque estés en frente de “El Peor Grupo del Mundo”.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Delta

Como me gusta hacer cada vez que sale publicada una de mis reseñas en "El Giradiscos" os la dejo por aquí también. En este caso se trata de la crítica de "Delta", el interesante nuevo trabajo de M Clan, con un sonido mucho más americano y que copia esquemas escuchados anteriormente en boca de otros artistas, aunque sabiendo hacerlos suyos y logrando convencer.


Reconozco que partía con bastantes prejuicios antes de escuchar “Delta” y eso que soy fiel seguidor de M Clan y defiendo todas sus etapas, ya que de cada una se puede extraer algún diamante en bruto. Cierto es que desde “Memorias de un Espantapájaros” no han bajado nunca del notable y desde entonces Carlos Tarque y Ricardo Ruipérez viven un momento muy dulce y se podía esperar que el nivel no bajase. Aún así saber que “Delta” copiaba los esquemas del mítico “Daiquiri Blues” de Quique González me daba un poco de rabia por si sonaba demasiado a ese disco tan carismático que redefinió el sonido del madrileño. Grabación en Nashville, Brad Jones en la producción, músicos como Al Perkins, Chris Carmichael, Will Kimbrough o Bryan Owings como escuderos… todo sonaba demasiado a un esquema que podía encajar como un guante para los murcianos, pero que también podía convertirse en una mera repetición. Con todos estos ingredientes se puede afirmar que el sonido en algunos momentos se parece demasiado al Quique González de hace 7 años, pero M Clan han sabido reescribir su sonoridad para acercarla a un ambiente más country americano explorando así una vertiente que parecía encajarles pero que aún no habían atacado en profundidad. Habían trazado pinceladas sobre este sonido en discos anteriores, pero no tan conscientes como esta vez. Y el resultado es que el disco se sostiene por sí solo, sin parecer un experimento ya vivido. Es más, renueva el espíritu de los “murciélagos” para llevarlos a nuevos puertos de los que salen muy bien parados.

El disco rezuma mucha nostalgia y pasajes intimistas. Son las acústicas y el pedal steel lo que más destaca y es que M Clan han querido desarrollar su vena más country aunque sin llegar a perder su esencia ni en las letras ni en la actitud, de lo que es claramente responsable la enigmática voz de Carlos Tarque. El conjunto de temas mezcla añoranzas del pasado (“Grupos Americanos”) con sueños perdidos (“California”), cartas de amor (“Tráeme tu amor”), confesiones íntimas (“Noche de desolación”), historias cinematográficas (“Caminos secundarios” o “Viaje hacia el Sur”), búsqueda de momentos de calma (“Delta”), cantos a la libertad del rock (“Concierto salvaje”) y unas gotas de esperanza ante la desesperación (“La Esperanza”). Es verdad que cuando más convence el tándem Tarque-Ruipérez es con los temas más íntimos (para eso probaron con estas sensaciones en su gira “desarmados” antes de viajar a Nashville) y puede que se resienta un poco cuando intentan acelerarse (esperaba más de “Caminos secundarios” o “Concierto salvaje”), pero con “California” o “Delta” consiguen ponerte los pelos de punta y en “Todo lo joven muere hoy” llegan a sonar épicos, como queriendo redefinir su concepto musical y su idea del rock. Como dice Carlos Tarque citando a Al Perkins en el DVD que acompaña al disco con el making of de la grabación: “It’s country rock, man!”. Lástima que esto del documental sobre su grabación en América también se parezca al “Daiquiri Blues”, dejando de ser así un añadido original.


Así que, una vez dejados atrás los prejuicios, es cierto que la aportación de Nashville les ha sentado muy bien a los M Clan. Han dado un nuevo paso en su carrera, que no sé si llegará a convertirse en un salto de gigante, pero al menos les tendrá mirando en esta dirección más cálida durante un tiempo, aunque claro, las eléctricas tiran mucho y sinceramente no les veo lo que les queda de carrera tirando por esta senda. Han sabido redefinirse, no estancarse tras la celebración de sus 20 años de carrera y eso hay que destacarlo. Pero seamos sinceros, la garra de M Clan necesita más de Faces y The Who y menos de Dylan o Johnny Cash. Eso es un hecho. Aún con todo, el disco es de los que figurará entre lo más destacado de este 2016, tanto a nivel nacional como internacional. Un rock americano bien pulido con querencia acústica, sutileza y minimalismo, precisión en la ejecución y amor por los detalles. Seguro que dentro de unos años sus fieles tendremos este disco entre los favoritos de la banda, no tanto por su grandiosidad sino por llegar en el momento preciso para la banda. M Clan han sabido arriesgar con nuevo productor y una banda foránea. Habrá que ver ahora cómo llevan esto al directo con su banda habitual y qué peso les dan a estos temas más íntimos entre toda su potente discografía.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

¿El Peor Grupo del Mundo?

La publicación de “El Peor Grupo del Mundo” me ha vuelto a sorprender y me ha hecho pararme a reflexionar sobre mi relación con Sidonie. Hace más de diez años que voy detrás de ellos. Todo comenzó con “Fascinado”, aunque antes había sonado bastante por mi cabeza “On the sofa”, pero reconozco que me acerqué a los catalanes con su paso al español. “Fascinado” sonaba fresco y con psicodelia en adecuadas dosis, pero ahí quedó, sin alcanzar todo el interés que merecía por mi parte. Después llegó “Costa Azul” y parece que su efecto consiguió atraparme. Le di unas vueltas más a su disco anterior y caí en el influjo de su “Giraluna”, así como de otros clásicos como “Nuestro baile del Viernes” y “Los Olvidados”. Fue en ese momento cuando eché la vista atrás y vi como en sus dos primeros discos también había mucha magia. Más psicodelia setentera cargada de influencias anglosajonas, pero mucha credibilidad. Además el grupo daba muestras de ser un trío sólido, con las cosas claras, que no tenía miedo a dar pequeños giros de timón según avanzaba su carrera. Y así llegó el cañonazo pop de “El Incendio”. Una colección de temas que no bajaban del notable, todos muy directos y certeros. La sensación que deja el disco tras escucharlo es enormemente placentera, con un punto salvaje, como una fiesta sin hora de cierre, y se suceden genialidades para todos los gustos como “El Incendio”, “Un día más en la Vida” o la fantástica y delicada (casi folkie) “En mi garganta”.


Para no aburrirse y exigir algo más a sus seguidores Axel Pi, Jes Senra y Marc Ros dieron un nuevo giro en “El Fluído García”. Letras más oscuras, melodías más densas y temas más desarrollados, destacando en este aspecto la mini–suite “Bajo un cielo azul (de papel celofán)”, aunque también había sitio para sus cañonazos característicos como la inspiradísima “A mil años luz”. Fue en esta gira cuando además pude vivir por primera vez un directo del trío catalán. Había oído que sus conciertos eran auténticas fiestas. Y así fue. Desde entonces los considero una de las bandas más potentes del panorama patrio en escena. Y es que sus gemas sonoras se suceden una detrás de otra sin descanso y la interacción con el público es fantástica. Totalmente volcados en su interpretación y sus seguidores noche tras noche.

El siguiente paso vendría de la mano del sonido pop de los ochenta. Predominio de los teclados y sonidos del tecno primitivo desfilaban por los temas de “Sierra y Canadá”, pero sin perder un ápice de autenticidad e inspiración. El tema que daba título al disco así como la incisiva “Gainsbourg” o el himno “Estáis aquí” reafirmaron a Sidonie como una banda con rumbo firme y ningún temor a asumir riesgos. Su gira fue sumando fechas y fechas además de adeptos que caían rendidos al poder del grupo, introduciendo esos nuevos sonidos que aportaba el disco, pero sin perder su gancho genuino.


Y así llegamos al momento actual. Sidonie presentaron “El Peor Grupo del Mundo” como un homenaje al pop con mayúsculas, a todos aquellos que se dedican a la música y a los fans, situándose ellos mismos dentro de este grupo también. Este disco recoge las diversas influencias que han adoptado en sus anteriores trabajos y las lleva al terreno más directo, con predominio de temas más frescos y letras cotidianas que nos hacen partícipes de sus historias. El pop como protagonista y el músico como medio para acercarnos a su particular mundo. La canción que da título al disco es un relato en primera persona que respira realidad por todos sus poros. Todos aquellos que hemos intentado formar un grupo nos vemos aquí reflejados, igual que en “Os queremos”, cantando al fan que va a muerte con su banda de cabecera (también experimentado con seguridad por muchos de los que sintonizamos con este disco). Esta oda a la música desde el mundo del artista y del incondicional vuelve a hacerse patente en “Carreteras Infinitas”, e incluso la visión de aquellos dotados de una sensibilidad especial sale a relucir en “No sé dibujar un perro”. Hay espacio también para odas futuristas como “Los coches aún no vuelan”, ganas de desaparecer en “Fundido a Negro” o dardos cómplices como “Por si te sirve de algo”. Un disco sin desperdicio. Diez canciones redondas y con un objetivo claro: celebrar el pop dentro del pop. Como sus tres protagonistas dicen es “una declaración de amor a todos los grupos que admiramos”, una manera de “hacer música que hable de música”.
Definitivamente han vuelto a conquistarme.


jueves, 27 de octubre de 2016

Guitar 2 Live

El concierto que presencié el pasado domingo de Miguel Rivera y Mark Hanson despertó en mí muchas sensaciones que he querido plasmar de la mejor manera en esta crónica publicada previamente en "El Giradiscos". Espero que al leerla os despierte la curiosidad si aún no conocéis a estos músicos y no dudéis ni un momento en dejaros seducir por su forma de hacer de la guitarra un instrumento nuevo:



Enfrentarse a un concierto con la mínima información sobre el mismo puede convertirse en una grata sorpresa. Y eso es lo que fue el concierto del pasado domingo de Mark Hanson y Miguel Rivera en la sala “Cai Luzán” de Zaragoza. Los dos músicos compartían una mini-gira por cinco ciudades españolas entre el 19 y el 23 de Octubre. Una gira valiente, como se ven pocas por estas tierras. Ambos músicos, con gran dominio de las técnicas del “fingerpicking” y el “percussive guitar”, se daban cita en lo que prometía ser una serie de conciertos íntimos basados en el protagonismo de la guitarra acústica como único medio para desarrollar su espectáculo. No conocía apenas nada de estos dos músicos, pero la invitación para asistir a este concierto me llegó de forma inesperada y no quería dejar pasar la oportunidad. Investigué lo mínimo sobre sus protagonistas para dejarme sorprender y… así fue. El concierto se convirtió en un auténtico regalo. Dos profesionales que entienden la guitarra como el instrumento perfecto para entrar en comunión con el público y para expresar un amplio espectro de emociones con su ejecución.

Miguel Rivera jugaba en casa y abrió el concierto con un lote de canciones de su primer trabajo discográfico “The Valley”, que mezcla canciones propias con interpretaciones de temas emblemáticos del pop pero con la única ayuda de su acústica, llevándonos a terrenos inimaginables gracias a la sonoridad que desprende su dominio del “percussive guitar”. Hay momentos en los que parece que una banda al completo rodee al músico zaragozano, pero es únicamente él quien llena el escenario. Su técnica es atrevida, podría calificarse de vanguardista, buscando el riesgo, así como la interpretación más afilada e incisiva. La tensión se mezcla con la satisfacción del que sabe que está convenciendo y ganando adeptos con cada acorde que interpreta, dejando perplejo a todo el que le escucha. Miguel Rivera nos regaló su famosa reinterpretación del “Beat It” de Michael Jackson que tantas alegrías le ha dado gracias a convertirse en viral desde su publicación en Youtube (y que le abrió las puertas para realizar esta gira), así como el clásico de Queen “Another One Bites the Dust” junto a otros temas propios muy interesantes (a destacar “Numantia” con la que podemos llegar a sentirnos como sus protagonistas celtíberos gracias a los paisajes sonoros creados con la guitarra).



Después de 45 minutos mano a mano con Miguel Rivera le llegó el turno a Mark Hanson, la estrella internacional de la gira, el maestro junto al aprendiz. Como reconociera previamente el joven músico zaragozano, Mark Hanson había sido quien le había inspirado y gracias a sus arreglos y tablaturas había desarrollado su sofisticada técnica con la acústica, por lo que compartir escenario con él se convertía en un sueño hecho realidad (como bien mostraron sus lágrimas emocionadas en algún momento de la noche). Y cuando llegó Mark Hanson también llegó la belleza ejemplificada en su forma de acariciar la guitarra con un estilo clásico cargado de matices, sutileza y corrección aplastantes. Mark Hanson se presentó como una estrella pero con una enorme humildad. Se hizo acompañar de su esposa (también guitarrista y cantante) en algunos temas, pero cuando más convenció fue al ejecutar de forma casi mística algunos clásicos del cancionero popular americano junto a otras versiones de temas más actuales y reconocibles como “Don’t know why” de Norah Jones o su revisión de “Breakdown” de Tom Petty, éste interpretado mano a mano junto a Miguel Rivera y para mí el momento más destacado de la noche. Mark Hanson se convirtió por derecho propio en el mejor ejemplo de la capacidad que tiene la música para transportarnos a otros lugares por muy lejanos que éstos puedan llegar a estar.


Prácticamente todo el concierto fue instrumental y con la única compañía de las guitarras acústicas (exceptuando un momento en el que el backliner acompañó a Rivera con una eléctrica de “7 cuerdas” para hacer un arreglo de estilo metal). Una muestra más de que el lenguaje de la música es universal y su poder trasciende todas las fronteras. Así, tras dos horas de concierto con momentos de dúos íntimos, otros de canciones más frescas y distendidas e incluso un homenaje a Paco de Lucía con su revisión del “Entre dos aguas”, llegamos al final de una fiesta musical auténtica. Una noche única que nos acercó un poco más al misterio de las seis cuerdas y que nos trasportó a pasajes áridos, íntimos y nostálgicos a la vez que mágicos. La guitarra como expresión y forma de vida, tal y como dejaba claro el nombre con el que bautizaron a esta gira: “Guitar 2 Live”. La noche en que conocí a Mark Hanson y Miguel Rivera sobre un escenario me demostró una vez más que hay pocas cosas por encima del enigmático y universal poder que tiene la música. 



lunes, 17 de octubre de 2016

¿La historia que desconoces?

Hace un mes se estrenaba en cines de medio mundo la película de Ron Howard sobre The Beatles: "Eight Days A Week. The Touring Years", un documental centrado en sus años de intensas giras y publicaciones de exitosos álbumes que situaron al cuarteto de Liverpool como uno de los más influyentes del siglo XX. La película es un verdadero disfrute para todos sus fans, aunque puede decepcionar por no mostrar nada que no supiéramos ya, tal y como analizo en estas líneas publicadas en "El Giradiscos" hace una semana. No sé si coincidiréis con mis impresiones, pero al menos espero que este artículo os sirva para acercaros un poco más al trasfondo real de este interesante documento fílmico y sonoro.


Hace ya un par de semanas que el último documental sobre The Beatles abandonaba las carteleras de los cines de medio mundo. Un documental dirigido por Ron Howard que tan sólo pudo verse en pantalla grande del 15 al 22 de septiembre de este 2016. Una estrategia fácil pensada para mejorar las cifras de ventas cuando se lance posteriormente en DVD. Sea cual sea el motivo por el que la película sólo ha estado en cartel una semana lo que ha conseguido es que miles de fans acudamos a verla a nuestro cine más cercano, tal vez pensando que lo que nos iba a ofrecer era algo que no podía esperar para ser visto hasta su posterior comercialización, pero nada más lejos de la realidad.

“Eight Days A Week: The Touring Years” no cuenta nada nuevo. Al menos nada que no sepamos ya sus incondicionales, pero no por eso es un mal documental. Sabe combinar perfectamente imágenes de archivo disfrutadas por todos en ocasiones anteriores con nuevas declaraciones que permanecían “inéditas” o tomas en directo de algunos shows o presentaciones televisivas con imagen restaurada y calidad indiscutible. Pero cierto es que aquel que en su día se empapase de las horas y horas de metraje de los documentales que acompañaban a los míticos volúmenes de su “Anthology” a mediados de los ’90 no encontrará en esta hora y media nada que le haga revolverse de emoción en su asiento. Tal vez pueda entusiasmarse de nuevo viendo interpretaciones frescas y descaradas de sus primeros tiempos, tal vez se enternezca viendo declaraciones de un grupo de amigos que parecía que estaban “unidos para siempre”, tal vez se le escape alguna lágrima al revivir su última presentación en directo en la azotea de las oficinas de Apple en 1969 o incluso sienta rabia cuando vuelva a observar cómo se mascaba el desplome del coloso mientras grababan el documental “Let It Be”, pero a parte de esto, de servir de vehículo para revivir emociones encontradas, quizá el espectador pueda sentirse decepcionado por no encontrar ningún “caramelo” ni sorpresa oculta a pesar de lo que se nos pudiera hacer creer antes de su lanzamiento en las campañas de promoción de la cinta. “The band you know, the story you don’t”. Precisamente el subtítulo que rezaban sus carteles promocionales no puede estar más equivocado. Conocemos cada uno de los pasos de los fab four que aparecen en el documental y sí, nos hubiera gustado encontrar algo que no conociéramos.

A pesar de todo esto el documental también contiene momentos más que interesantes. Se vislumbra mejor que nunca la unión y sincera camaradería de los cuatro en sus primeros años, como el humor permitió que resistieran la presión y ataques de la prensa, como comenzaron a preocuparse por perder el rumbo o la credibilidad si sus directos no servían para apreciar su música y como eran unos profesionales en el estudio, trabajadores incansables buscando siempre lo mejor en sus grabaciones. También es interesante ver como la actividad que exigían los años ’60 para una estrella de la música no se limitaba exclusivamente a eso sino también a realizar miles de entrevistas e incluso películas, como hicieran The Beatles. De esta forma podemos ver como lo que empezó siendo algo entretenido en el caso de la experiencia con el rodaje de “A Hard Day’s Night” terminó como algo mecánico y de lo que los cuatro de Liverpool acabaron hastiados como pasó con su segunda película “Help!”.

Otro elemento a destacar de la película son sus entrevistas, no tanto con los miembros del cuarteto (de los que se incluyen imágenes de archivo de Lennon y Harrison y entrevistas actuales de McCartney y Ringo Starr) sino las que se realizan a seguidores de la banda como Whoopi Goldberg, que revive con emoción la vez que pudo verles en directo, o Elvis Costello, que argumenta su pasión por el cuarteto en momentos clave como la gestación de uno de sus discos más representativos: “Revolver”. Precisamente de este disco se habla con mayor profundidad que de otros ya que fue el último que presentaron en directo, cuando ya ninguno de los protagonistas se creía la rutina de las giras y optaron por la que reiteradamente se dice que fue su gran pasión: grabar en estudio. Y es que es aquí donde Ringo, Paul, George y John brillaban de verdad, donde consiguieron no sólo dar rienda suelta a la experimentación para inventarse todas las vertientes del pop-rock actual sino donde trabajaban libremente, dando lo mejor de sí mismos, como si los estudios 1 y 2 de Abbey Road fueran su hábitat natural. Así queda reflejada con mimo la gestación de temas trascendentales en la música del siglo XX como “Tomorrow Never Knows”, “Help!” o “Lucy in the Sky with Diamonds”.


Se agradece la aparición de rótulos que indican las semanas que permanecieron en las listas de éxitos todos sus álbumes (y eso que no hacen referencia a sus singles, todavía más exitosos), cifras inimaginables para ningún otro artista y mucho menos a día de hoy. Hay que destacar también por lo curioso de los documentos algunos momentos casi imposibles como ese público enteramente masculino entonando al unísono “She Loves You” antes de que The Beatles salgan al escenario de Manchester (¿será un montaje de la época?) o el episodio en el que el público blanco y afroamericano se mezcló de forma pacífica en Florida por exigencias del propio grupo para asistir a un concierto en Jacksonville.

Insisto, no hay nada nuevo para aquellos que somos seguidores del cuarteto más allá de poder revivir una vez más escenas de sus años más alocados de conciertos y actividad frenética entre disco y disco, pero sí podremos disfrutar de imágenes conmovedoras, interpretaciones con una calidad de sonido e imagen como nunca antes habíamos visto con los de Liverpool e incluso momentos que nos provocarán un nudo en la garganta por ver el sufrimiento del grupo que luchaba contracorriente al no apostar por más presentaciones en directo ante el gran público. Podremos corroborar como con The Beatles se asistió al inicio de los “grandes conciertos” en estadios, para lo que tuvo mucha culpa su tour norteamericano de 1965 (interesante ver cómo explican la preparación de la gira y el personal con el que contaban en la misma). Precisamente de esta gira y de su famoso concierto en el Shea Stadium de Nueva York se recogen imágenes restauradas y muy mejoradas para deleite de todos aquellos que conocíamos el mítico concierto y que harán las delicias de aquellos que no lo conozcan, aunque dudo que haya muchos de éstos.

Precisamente el verdadero motivo por el que merece la pena ver este documental y por el que Ron Howard habrá demostrado hacer algo coherente con él es porque constata de una forma humilde y sincera como debido a sus maratonianas giras, Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr pudieron abandonar algo que no les permitía estar cómodos ni ser fieles a lo que ellos sentían, para dedicarse enteramente al trabajo en estudio, que en definitiva es lo que mejor sabían hacer los cuatro amigos. Sus discos oficiales junto a sus numerosos singles y otras grabaciones de diversa índole les situaron como lo que verdaderamente son: el grupo de pop-rock más grande del siglo XX, aquellos que inventaron todo lo que había de depararnos la música de la segunda mitad de ese siglo, aquellos a los que les encantaba regalarnos las mejores canciones que pudieran llegar a nuestros oídos, esas que son inmortales, que unen generaciones, que arrancan una sonrisa siempre que escuchamos un acorde, algo de lo que sólo estos cuatro músicos pudieron presumir. Y si para conseguir esto había que dejar a un lado las giras… bienvenido sea. Esta es, en definitiva, la historia que nos quiere contar esta película, el motivo por el que se nos presenta: más que un canto a la música en directo, que podría parecer el verdadero leit motiv del documental, es una defensa a la creación de este universo sonoro en el estudio, el verdadero hogar de The Beatles.



jueves, 29 de septiembre de 2016

Monstruos

El pasado día 21 de septiembre "El Giradiscos" publicaba mi reseña sobre el nuevo y más logrado disco de Leiva. Se trata de "Monstruos", un manual para exorcizar esos fantasmas que parece que persiguen al músico madrileño, pero que le colocan en su mejor momento creativo dando de pleno con un disco muy creíble y de factura impecable, a pesar de no enseñarnos nada que no conozcamos. Os invito a que lo degustéis como se merece y dejéis que os atrape como lo ha hecho conmigo. Aquí os dejo mis impresiones:




Empezaré dejando claro que “Monstruos” es un gran disco, el mejor de los tres publicados hasta ahora por el músico madrileño. Pero al escucharlo no paran de venirme multitud de referencias musicales de las que bebe Leiva, que él mismo sabe reinterpretar y que le sientan como un guante, pero evidentemente no nos descubre nada nuevo. Leiva es un artista polifacético, domina varios instrumentos, conoce profundamente el rock de los sesenta y setenta y sabe escribir melodías contundentes y directas. Parte de esto ya se podía vislumbrar en su época con Pereza que le acercó al gran público y le abrió un hueco entre músicos de referencia en nuestro país. Y de esos músicos supo empaparse de múltiples enseñanzas y matices para dar a luz unas composiciones propias precisas, muy inspiradas a veces, pero que siempre nos recuerdan a alguien. Leiva les imprime estilo propio, sobretodo gracias a su voz inconfundible, pero no ocultan sus referencias.

“Monstruos” sigue esa línea. Desde los primeros acordes de “El último incendio” nos vienen a la cabeza nombres como Quique González, M Clan, Iván Ferreiro, Deluxe e incluso The Beatles. Y lo bueno es que sabe sacar lo mejor de estas influencias y a la vez hacerlas suyas. Tal vez me recuerde a Lenny Kravitz, un músico de los pies a la cabeza, que domina gran cantidad de instrumentos así como métodos de grabación y producción pero que siempre ha sido criticado por sonar a otros. Pero eso no es malo, Lenny Kravitz ha escrito canciones esenciales del rock de los ’90 y tiene una personalidad arrolladora. Algo así me pasa con Leiva. También sabe defenderse muy bien con muchos instrumentos, es de hecho un músico obsesivo con los detalles y la producción y suena a otros sin perder su gran personalidad.

Dicho esto habría que centrarnos en el disco que nos ocupa, que como apuntaba al principio es el mejor de su primera “trilogía” en solitario, ya que según Leiva cierra con este “Monstruos” un camino que empezó con “Diciembre” y siguió con “Pólvora”. Estos discos también tuvieron momentos inspirados (tal vez más redondo quedó “Pólvora” gracias al buen hacer de Carlos Raya y a dejar entrar a otros músicos a participar en la grabación del mismo), pero con “Monstruos” se crece para firmar un disco que, sin aportar demasiados aspectos novedosos, reafirma a Leiva como un músico imprescindible del rock en castellano y convence plenamente con una propuesta equilibrada. Para esto ha tenido mucho que ver que deje las riendas de la producción totalmente a Carlos Raya, que domina este oficio y que también imprime un carácter muy personal a los discos que produce. Así es normal que “Monstruos” suene por momentos al rock de Quique González o M Clan, músicos producidos por Raya, aunque en el estilo compositivo tal vez se acerque más esta vez a Iván Ferreiro. Sabemos que son buenos amigos y que comparten una manera similar de entender la música, pero en esta ocasión Leiva suena mucho más Ferreiro que en ningún otro momento, sin lograr sus inspiradas letras, pero sí sus giros y tonalidades sonoras. También destaca del disco su poderío instrumental, cediendo protagonismo esta vez al mismo Raya a las guitarras junto a José “Niño” Bruno, Iván González “Chapo”, César Pop o Alejandro “Boli” Climent, todos ellos del entorno más cercano del productor así como de los otros músicos antes citados. Éstos aportan solidez junto a una sonoridad cruda a la vez que exquisita dirigida por el propio Carlos Raya junto al también excelente Joe Blaney, encargado en este caso de la grabación. El resultado: telecaster afiladas, bases de hammond que permiten apoyar el resto de instrumentos, baterías contundentes y matices de vientos con los que Leiva ha querido identificarse desde que iniciase su carrera en solitario (aunque en esta ocasión tienen algo menos de presencia).


El disco arranca con la potente “El último incendio” a modo de declaración de intenciones con ecos al rock argentino de corte más clásico. “Guerra Mundial” es uno de los temas más logrados con una letra desgarradora y una sonoridad que recuerda inevitablemente al “Sgt. Peppers”. “Sincericidio” es una clásica composición del madrileño con ecos del oeste que le sientan más que bien y un estribillo muy radiable, pero a mi parecer con menor trascendencia en el conjunto salvo por su condición de single. “Breaking Bad” tiene desde su inicio aires de M Clan tirando hacia el soul que éstos dominan y nos conduce de forma agradable hasta “Dejándose caer”, un tema delicado, algunos dicen que excesivamente comercial, pero a mi parecer tremendamente efectivo con otra de las letras más intensas del disco y ese silbidito que no se te va de la cabeza. “La lluvia en los zapatos” tiene un riff interesante pero termina en un estribillo demasiado manido en la carrera de este artista que aporta poco nuevo a pesar de tener imágenes muy atrayentes rondando en la letra.

La segunda parte del disco se abre con “Hoy tus ojos”, que recuerda a los últimos trabajos de Deluxe con predominio de los metales que marcan el riff de la canción. “Monstruos” es más personal e introspectiva y da paso al mejor tema de los doce que componen el álbum. “Electricidad” empieza como susurro para explotar en un grito eléctrico infalible. Es un momento mágico a la par que desgarrado que crece y crece ahogándose en un abrupto final. Extasiados llegamos a “Medicina”, con un riff inicial muy del estilo de Raya. Una canción cargada de rabia pero que se asimila fácilmente por ser un rock ligero de los que Leiva domina. “San Sebastián – Madrid” podría estar firmada perfectamente por Iván Ferreiro tanto por su forma de cantar como por el tipo de letra y sobretodo por la forma de afrontar los puentes. El ritmo baja y se distancia de la contundencia del resto del disco, pero se agradece debido a que hasta este momento final apenas ha habido descanso. El disco se cierra con “Palermo no es Hollywood”, otro tema delicado y emocionante haciendo referencia constante a Buenos Aires y el rock argentino. Con canciones así yo también echo de menos ese país y su música sin conocerlo en primera persona, por lo que en el caso de Leiva, que le debe mucho a su experiencia argentina en los tiempos de Pereza, este tema le sienta genial y supone un broche fantástico para un disco notable (recordemos que fue en Argentina donde se juntó con Xoel López, Iván Ferreiro y Quique González en el proyecto “Laboratorio Ñ”, por lo que podemos entender algo de su influencia sonora).

“Monstruos” evidencia así que Leiva deja a la vista sus influencias sin ningún pudor y las transforma para dar vida a sus canciones. Que admira a estos músicos que tiene cerca y que aprende de ellos para forjar una carrera que cada vez es más coherente. Poco se le puede reprochar a un disco tan sincero como éste.


jueves, 8 de septiembre de 2016

La Mutación definitiva

El concierto que Bunbury ofreció en la capital aragonesa en su reciente "Mutaciones Tour" todavía resuena en mi cabeza. Aquí os dejo la crónica completa que escribí para "El Giradiscos" publicada el martes 6 de septiembre. Espero que la disfrutéis:


El pasado sábado quedará marcado para muchos zaragozanos como una fecha difícil de olvidar. Había leído muchas cosas sobre el “Mutaciones Tour” de Bunbury y podía parecer que ésta sería la gira definitiva del músico zaragozano.

Acudí al Pabellón Príncipe Felipe de mi ciudad expectante y deseoso de ver el espectáculo que tenía preparado nuestro artista más internacional, pero a la vez tenía ciertas dudas por si el concierto no cumplía con todas las expectativas creadas. Desde que puse un pie dentro del pabellón se palpaba un ambiente de nerviosismo. Dos horas antes del concierto ya había un considerable aforo y quedaba más que claro que lo que veríamos esa noche iba a ser algo importante. He presenciado muchos conciertos de Bunbury en Zaragoza, en todas sus etapas y mutaciones solistas, pero confirmo que esta vez el “artista equilibrista” ha sido verdaderamente profeta en su tierra. Pudimos verle disfrutar como casi nunca, con menos tensión, seguro de que estaba ofreciendo un suculento menú para todos los allí presentes. Estoy convencido de que por esta noche Bunbury no se sintió “extraño en su tierra” y todos comulgamos en una especie de espiral colectiva de camaradería, emoción y empatía. Ocho mil almas unidas como un “Santo Inocente” más. Todas y cada una de las canciones interpretadas se recibieron con fervor y euforia. Creo que nunca antes había sentido Bunbury esa comunión con su público en casa, ni siquiera en la reunión con Héroes del Silencio del 2007. Efectivamente éste era su momento y “Mutaciones” su gira definitiva.



El setlist estuvo diseñado a la perfección para no dejar prácticamente fuera ninguna parada en su discografía. Y casi en equilibrio sonaron temas de Héroes del Silencio, del Huracán Ambulante y de su actual formación “Los Santos Inocentes”, que por cierto, sonaron como una auténtica apisonadora: Arrolladores a la par que precisos. Una interpretación medida al milímetro y llena de garra que no dejó indiferente a nadie. Sinceramente “Los Santos Inocentes” demuestran que son el mejor grupo que Bunbury puede tener. Capaces de transformar cualquiera de sus movimientos musicales y acercarlos a un rock áspero por momentos, castizo en ocasiones y muy elegante en el conjunto que le sienta como anillo al dedo a mi paisano.


Desde el arranque previsto con “Iberia Sumergida” hasta el perfecto cierre con “…Y al final” no hubo un momento para el descanso. El nivel estuvo muy alto durante las dos horas que duró el concierto y el público se entusiasmó tanto con “Avalancha” como con “El Extranjero” a partes iguales. Con una escenografía sobria, pero acompañada de una excelente iluminación y ante todo una sonoridad apabullante, destacaron la grandiosa “Despierta”, la efectiva “Lady Blue”, la explosiva “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, la emotiva “Más alto que nosotros sólo el cielo”, la contundente “Los Habitantes” o la desgarradora “De todo el mundo”. Aunque también podría hablar maravillas de “El Camino del exceso”, con la que soltó su rabia y mostró su faceta más descarada, o “Maldito Duende”, en la que se dio un baño de masas lanzándose a las primeras filas. La verdad es que no se le puede poner ninguna pega a la elección del repertorio ni a la entrega de artista y público. Sólo un par de cosas mejorables: hubiera estado bien salirse un poco del guión y estirar esas dos horas exactas de espectáculo, dedicando alguna que otra palabra a los allí congregados o incluso regalando alguna canción no esperada como hiciera con “Puta desagradecida”. Y lo que sí que creo que debería haber hecho es despedirse abrazado a su banda. Si de verdad “Los Santos Inocentes” son algo más que una banda de acompañamiento (de hecho ahí está Ramón Gacías que lleva con él la friolera de 20 años) debería decir adiós junto a todos ellos y no marcharse con pose divina mientras terminan los últimos acordes de “…Y al final”, dejando a los seis “Santos Inocentes” despedirse de su público sin el verdadero protagonista, que a la vez sería mucho menos sin estas 12 manos que le acompañan. Tan sólo ésto sería criticable, pero está claro que el “Mutaciones Tour” es la mejor gira del artista maño que haya realizado hasta la fecha, por delante de “Las Consecuencias”, que hasta ahora era para mí era la más redonda. Y también queda constatado que el 3 de septiembre de 2016 será una fecha histórica para todos los zaragozanos que amamos la música y creemos en el artista más reconocible y auténtico de los nacidos a orillas del Ebro.


viernes, 2 de septiembre de 2016

Empezar de nuevo

Como cada Septiembre toca volver a empezar con las pilas cargadas. Un nuevo curso que se vislumbra difícil, pero seguro intenso en todos los sentidos. Y para llegar hasta aquí con toda la energía posible no ha habido mejor terapia que un verano dando vueltas alrededor de los escritos paracaidísticos de Andrés Calamaro, que me han descubierto una faceta mucho más cercana del artista argentino. También he aderezado el verano con buenas dosis de Jason Bourne, Cazafantasmas y superhéroes decepcionantes, algún que otro kilómetro recorrido en bici para contrarrestar la aburrida edición del último Tour de Francia, buenas dosis de olimpismo televisivo y, como no, mucha, mucha música.

No quiero hacer una enumeración de todos los discos con los que he pasado horas y horas (principalmente nocturnas) de los últimos dos meses, pero no está de más citar algunos que no dejan de sorprenderme cada vez que los escucho como "El Último Hombre en la Tierra" de Coque Malla, "La Fe Remota" de Fabián, "Cambio de Piel" de Bebe, "Orden Invisible" de Eladio y los Seres Queridos o el grandioso y ya clásico en menos de un año "Me mata si me necesitas" de Quique González.

Además de estos discos patrios también he vuelto a perderme por los surcos de "Drones" de Muse, "Lazaretto" de Jack White, "Getting away with it" de James, "Back to Black" de Amy Winehouse (había que rendirle tributo en el quinto aniversario de su desaparición), "Rythm & Repose" de Glen Hansard, "Codes & Keys" de Death Cab for Cutie, "Blackstar" de David Bowie o "A Head Full of Dreams" de Coldplay; este último uno de los discos que más he escuchado en los últimos meses desde que viera el espectáculo de la última gira de los británicos el pasado mes de mayo en Barcelona (y es que no puedo quitármelo de la cabeza!!).

Así que aquí estoy, con la cabeza llena de sueños y canciones. Dispuesto a empezar de nuevo. A dejarme llevar... Nos vemos (por aquí o por ElGiradiscos).


miércoles, 29 de junio de 2016

El Giradiscos

Tengo una buena noticia que quería compartir con todos y que me hace especial ilusión. A partir de ahora voy a compaginar mi actividad en este blog con la colaboración en forma de artículos y críticas de discos y conciertos en la web “El Giradiscos” (www.elgiradiscos.com), una página especializada en música cuya andadura se remonta al 2008. Estoy encantado de poder colaborar con ellos, ya que era seguidor habitual de la web y además este pequeño salto me permitirá llegar a un poco más de gente y espero que dé importantes frutos.

El primer artículo que he escrito para “El Giradiscos” está dedicado a la carrera de Coldplay y a la defensa de su excelente discografía a pesar de algunas críticas cosechadas por los más puristas. Me decidí a empezar escribiendo sobre Coldplay debido al impacto de haber vivido en primera persona el espectacular concierto que ofreció la banda el pasado mes de mayo en Barcelona. Cargado de energía por esa experiencia en directo me puse a rebuscar en su discografía para ofrecer un recorrido completo desde mi visión de seguidor, pero a la vez desde una perspectiva sensata y objetiva en lo musical. Espero que disfrutéis leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.

Os dejo aquí los enlaces a las dos partes del artículo publicadas el 16 y el 23 de junio respectivamente, que lleva por título “Una historia llena de sueños: la transformación de Coldplay”:




¡¡Nos vemos en "El Giradiscos"!! Y por supuesto también por el blog. Saludos


miércoles, 1 de junio de 2016

La FIESTA de Coldplay en Barcelona

Todavía sigo ahí. Cinco días después de presenciar el mayor espectáculo musical del momento sigo congelado en ese instante mágico en el que las luces se apagaron, las pulseras empezaron a brillar y la música estalló en forma de intensa energía, en una perfecta combinación de luz, color y buenas vibraciones. Sigo en el Estadio Olímpico de Montjuic rodeado de otros 55.000 seguidores más en perfecta comunión para compartir una velada única con Coldplay. Y es que los conciertos de esta gira “A Head Full Of Dreams” se convierten en un ejemplo de comunión entre público y artista a gran escala. Todos formando una misma cosa. Todos vibrando y sintiendo en primera persona cada uno de los temas que presenciamos en la inolvidable velada.


Coldplay regresaban a Barcelona después de 7 años, cuando presentaron su enorme éxito “Viva la Vida”. La noche del 4 de septiembre de 2009 el concierto de los británicos fue correcto aunque no destacable, centrado tal vez en exceso en el disco que venían a presentar. Pero en ese concierto falló el sonido en varias ocasiones y no terminó de redondearse la jugada. Tal vez por eso las ganas de volver a ver a Coldplay eran mayores, deseando que esta vez nada enturbiase la velada. Y así fue. Nada falló, tal vez porque todo está calculado al milímetro en este espectáculo, y quizá eso sea lo único reprochable, pero es que lo que se vivió en Montjuic el pasado viernes 27 de mayo fue único. Una auténtica fiesta, una celebración por todo lo alto de la VIDA. Durante las dos horas de concierto todos los presentes olvidamos lo que dejábamos fuera del Estadio y nos dedicamos a celebrar con intensidad nuestra unión. Esta vez sin problemas que pudieran dejarnos un poso amargo. Esta vez era todo un festejo que Coldplay estaban dispuestos a ofrecernos desde el primer minuto. Porque apenas hubo tiempo para el descanso (únicamente en los dos pequeños sets acústicos) y desde que arrancaron con “A Head Full OF Dreams” el espectáculo se convirtió en una combinación de fuegos artificiales, lluvias de confeti, luces intermitentes y sobre todo buena música, porque no nos olvidemos que hemos venido a un concierto, a disfrutar de lo que la banda mejor sabe hacer, que es ofrecer canciones de alto nivel. Todo ello aderezado con múltiples carreras por la pasarela de Chris Martin (y más explosiones de confeti). Pero no sólo se quedaron en la forma, ya que en todo momento mostraron sus dotes en la composición más precisa que sabe llegar a todo el mundo y en la ejecución milimétrica. Esta vez Chris Martin estuvo más que correcto con su voz, que no le jugó malas pasadas como en otras presentaciones sonadas, y supo combinar a la perfección su papel de frontman con el de pianista más íntimo o guitarrista desenfadado.

Tras un arranque apoteósico, los compases de “Yellow” se dejaron sentir acompañados de un mar de luces amarillas para dejar paso después a “Every Teardrop is a Waterfall” y demostrar así que el concierto no iba a darnos ni un respiro. O tal vez sí, porque inmediatamente después abordaron uno de sus temas más íntimos como es “The Scientist” y el público quedó igualmente maravillado por la ternura y emoción contenidas en boca de su protagonista. Porque Chris Martin maneja el timón de la banda y se convierte en el protagonista por excelencia (tal vez a los otros tres miembros del grupo les falte algo de carisma aunque cumplan bien con su papel).


La noche no dio tregua y volvió a la carga con otro tema vitalista de su último álbum “Birds” para dar paso después a la explosión de “Paradise”, que se prolongó con un remix pregrabado para permitir que el grupo se trasladase a un escenario circular en la parte central del Estadio. Ahí tuvo lugar uno de los momentos más cálidos al interpretar la sentida dedicatoria de Chris Martin a Gwyneth Paltrow en “Everglow” así como otras dos joyas de su anterior disco en clave más acústica como “Ink” o “Magic”, con el cuarteto formando un semicírculo que recordaba a la intimidad del local de ensayo enmarcada por un enorme mandala azul en la pantalla gigante del escenario principal.


Dejando la intimidad a un lado arremetieron con el siempre efectivo “Clocks” y su dinamismo colorista en los efectos láser, seguida de una interpretación parcial y pregrabada de “Midnight” (¿cómo si no se puede interpretar este tema en directo?) que desembocó en el mar de color de “Charlie Brown” y su potencia desbordada. Siguieron con uno de sus últimos himnos, o que pretende serlo, “Hymn for the Weekend”, donde fuimos sorprendidos por unas potentes llamaradas de fuego en combinación con los coros de una Beyoncé enlatada, que tal vez desmereciera a la interpretación por no intentar transformar la canción al faltar en Barcelona la artista invitada. Tras la intensidad vino la reflexión y la emoción en forma de canción con “Fix You”, que arrancó con la base de “Midnight” sobre la que se fundió este clásico de los británicos perteneciente a su tercer disco de estudio “X&Y” (el gran olvidado de la noche). Con “Fix You” confieso que se me saltaron las lágrimas, que entendí en ese preciso instante por qué no soy capaz de vivir sin música y comprendí el sentido de mi vida marcada siempre por un puñado de canciones. Si era difícil mejorar este momento llegó el homenaje a Bowie con una interpretación de “Heroes” bastante fiel al original seguido de “Viva la Vida”, una de las canciones más redondas del pop de todos los tiempos. La melodía perfecta, el estribillo incansable, la canción por excelencia que nunca me cansaré de cantar y vibrar con ella.


El concierto acabó su grueso antes de los bises con “Adventure of a Lifetime” de nuevo con un Estadio totalmente entregado e interactuando con Chris Martin cuando éste pidió al público agacharse para estallar todavía más en un salto de júbilo en la parte final de la canción. Estaba claro que el espectáculo iba a continuar, pero de nuevo en clave más íntima. Con una grabación del tema “Kaleidoscope” de fondo el cuarteto se trasladó hasta un pequeño escenario en el extremo opuesto al set principal para interpretar la sugerencia de una de sus fans que desde la pantalla gigante les pedía “Trouble”, con la que conoció al grupo hace más de 15 años (como también en su día me pasó a mí). Y tras una interpretación sencilla seguida desde las pantallas para los que estábamos en la parte de delante, llegó el clásico de Chuck Berry “Johnnie B. Goode” dedicado a los hijos del cantante, terminando este apartado acústico con “See You Soon”, un regalo exquisito para los que conocemos los recovecos de toda su discografía, con una interpretación tremenda a la guitarra de manos de Chris Martin.


Y así, casi sin darnos cuenta, llegamos a la recta final con el optimismo sereno de “Amazing Day” y la vuelta a lo más alto con “A Sky Full Of Stars”, un preludio de lo que sería este último disco que aparecía en su anterior entrega más introspectiva “Ghost Stories”. El público ya no sabía a dónde mirar. Desbordado por el confeti y los efectos multicolor de las pulseras “Xylobands” y abrumado por un espectáculo irrepetible despedimos a Coldplay con su último single “Up & Up” del que nos mostraron su fantástico videoclip en la pantalla gigante al fondo del escenario mientras Chris Martin, John Buckland, Guy Berryman y Will Champion ponía fin a su particular fiesta, porque insisto, lo que vivimos el viernes no es un simple concierto, es una fiesta mayúscula que todos deberíamos experimentar alguna vez.


Podemos recriminar tal vez que Coldplay abuse en algunos momentos de las programaciones (principalmente teclados o efectos de sonido pregrabados) incluso en sus directos, aunque también lo hacen muchos otros “grandes” como U2, pero queda claro que el grupo persigue un único objetivo: hacernos vibrar como si los 55.000 presentes fuéramos uno más del grupo. Y para conseguir eso podemos perdonarles alguna licencia (incluso que se quedasen en el tintero “In My Place” o “Speed of Sound”). Yo por mi parte así lo hago, porque la forma en este caso justifica un fondo que pretende ante todo hacernos disfrutar al máximo y formar parte de una GRAN CELEBRACIÓN. ¿Y qué más se le puede pedir a un buen concierto?

Así, seguro de que el recuerdo del 27 de mayo no se conseguirá borrar nunca, continúo con mi “cabeza llena de sueños” y mi corazón todavía acelerado por este placer incomparable.

     Muchas gracias a Olga Ferrer por esta magnífica foto desde las gradas